jueves, abril 18, 2024
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Lo importante: ¿es competir?

Dos formidables obras sobre la civilización creada por los seres humanos llegan a conclusiones muy distintas: la de Harari afirma que no sabemos hacia dónde nos dirigimos; la de Pinker que no lo estamos haciendo nada mal. ¿Alguno nos convence más?

Afirma Yuval Noah Harari en Sapiens, un libro que lo catapultó a la fama hace un par de años con millones de ejemplares vendidos, que “el régimen del homo sapiens sobre la Tierra ha producido pocas cosas de las que podamos sentirnos orgullosos”. Harari se pregunta si hemos reducido la cantidad de sufrimiento en el mundo, por mucho que hayamos dominado nuestro entorno, construido ciudades, establecido imperios o creado extensas redes comerciales, y se responde que el gran aumento del poder humano no mejoró necesariamente el bienestar de las personas individuales y causó una inmensa desgracia a otros animales.

Harari reconoce que en las últimas décadas hemos hecho progresos reduciendo el hambre, la peste y la guerra. Pero recuerda que la situación de otros animales se está deteriorando más rápidamente que nunca y, también, que: “A pesar de las cosas asombrosas que los humanos son capaces de hacer, seguimos sin estar seguros de nuestros objetivos y parecemos estar tan descontentos como siempre”.

Sapiens es una obra desafiante, interpeladora. Vean esta afirmación: “Hemos avanzado desde las canoas a los galeones, a los buques de vapor y a las lanzaderas espaciales, pero nadie sabe a dónde vamos”. O esta otra: “Peor todavía: los humanos parecen ser más irresponsables que nunca. Causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea, buscando poco más que nuestra comodidad o diversión, pero sin encontrar nunca satisfacción”. Y esta pregunta demoledora: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses -nosotros- insatisfechos e irresponsables, que no saben lo que quieren?”
Después de cerrar el libro es difícil no dar la razón al también autor de Homo Deus y preguntarse en qué clase de laberinto nos hemos metido que nos empuja a “seguir avanzando” sin saber bien hacia dónde. Recordemos a los hermanos Marx en aquella escena inolvidable a bordo de la locomotora del tren, gritando: “¡Más madera. Es la guerra!”.

Sin embargo, otras miradas, también formidables, ofrecen otro punto de vista. Como si se observara un mismo vitral, el de la sociedad humana, pero desde un ángulo que permitiera apreciar todo su colorido frente a la vidriera gris y opaca que se muestra cuando la vemos desde donde le da el sol. Es el caso del reciente libro de Steven Pinker, En defensa de la ilustración, donde lleva a cabo un alegato apasionado sobre lo conseguido por los mismos homo sapiens que ocupan la obra de Harari.

Veamos algunos ejemplos recogidos por Pinker: la esperanza de vida actual supera los 70 años, el doble que los 35 años que se registraban a mediados del siglo XVIII; la viruela, que mató a trescientos millones de personas en el siglo XX, ha sido erradicada; la cantidad de alimentos cultivados aumentó en un 300% entre 1961 y 2009, con sólo un pequeño incremento en la cantidad de tierra utilizada; el producto bruto mundial ha crecido casi cien veces desde la Revolución Industrial; la tasa de pobreza extrema en el mundo ha caído en los últimos doscientos años desde el 90% hasta el 10% de la población; las personas alfabetizadas pasaron del 20% a comienzos del siglo XX al 82% en la actualidad; en 1971 había treinta y un países con democracia y en 2015 sumaban ciento tres; en 1900 las mujeres podían votar sólo en Nueva Zelanda, mientras hoy pueden votar en todos los países donde votan los hombres; en 1950 casi la mitad de los países del mundo tenían leyes que discriminaban a las minorías étnicas o raciales; al comenzar este siglo eran menos de un quinto. Pinker incluso menciona aspectos en los que el medio ambiente ha mejorado: las áreas protegidas en el mundo, abarcan ahora el 15% de la superficie del planeta y el 12% de los océanos; y recuerda que, aunque la desigualdad dentro de los países está empeorando, la igualdad entre los países ha aumentado.

Bueno, la lista de Pinker es incuestionable. Y si acordamos que el progreso humano se relaciona con vivir más tiempo con mejor salud, menor pobreza, en paz o, al menos, con menos guerras, igualdad de derechos y más conocimientos, no cabe duda de que hemos progresado notablemente. El buen hacer de los sapiens respecto a la mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población parece fuera de duda.

Entonces, ¿qué cabe concluir? ¿Estamos mejorando el mundo, como señala Pinker, o no tenemos idea de a dónde vamos, tal vez hacia la catástrofe, como advierte Harari? ¿Poseemos valores comúnmente aceptados, como la paz, la salud, el bienestar de las personas, y trabajamos por ellos, o hemos puesto en marcha irresponsablemente fuerzas ciegas, como la tecnología, el mercado, el capitalismo, el cambio climático, la globalización o el armamentismo, sin noción de a dónde nos conducen? Y otra pregunta esencial: los avances experimentados, punteados con celo por Pinker, ¿nos hacen más felices? ¿O hemos perdido la brújula y necesitamos cada vez mayores dosis de tranquilizantes y de sofisticadas drogas?

No necesariamente se trata de posiciones irreconciliables. Si bien numerosos indicadores relacionados con el bienestar humano nos permiten pensar que lo hemos hecho bien, podría suceder que, a la vez, estemos perdiendo el control de lo que hemos puesto en marcha. Parafraseando aquel dicho: “La operación ha sido un éxito. Lástima que el paciente murió”, podríamos conjeturar: “Los humanos avanzaron más y más, hasta que cayeron por el abismo”.

Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que se nos podría estar yendo de las manos? Aquí van cinco grandes asuntos que parecen fuera de control: el primero, sin duda, el cambio climático, pues pronto será irreversible. Las posibilidades de controlar que el aumento de la temperatura no supere un grado y medio -la cifra máxima que aconsejan los científicos- se están esfumando. Dos, la desigualdad. El 1% de la población mundial tiene la misma riqueza que el 99%. Esto es un fracaso sin paliativos de nuestra organización social. Tres, el poder de los grandes bancos, cuyas prácticas especulativas gravísimas han puesto y ponen en riesgo la estabilidad financiera y económica mundial. Cuatro, las migraciones que se avecinan, mucho mayores que las actuales -entre otras razones, por el cambio climático, las desigualdades y las crisis financieras-, junto a la tradicional dificultad del sapiens de saber vivir y compartir con los demás. Cinco, la cultura consumista, esencial para el funcionamiento del capitalismo, como lo es el pedaleo continuo de la bicicleta para mantener en equilibrio y, más en general, la cultura hedonista y egoísta que nos abduce, alejada de las necesidades de los demás sapiens, del resto de animales y también de las espirituales de nuestro propio ser. No tenemos embridados ninguno de ellos, ni contamos con las instituciones capaces de conducirlos, a pesar de que nos pueden llevar a crisis ecológicas, económicas, sociales y migratorias de alcance desconocido. Los fundamentalismos (políticos, económicos, culturales, religiosos…) tampoco ayudan mucho.
Me temo que estamos sin respuesta a la pregunta sobre si el mundo mejora o no, pero, y si la verdadera cuestión, la crucial, fuese esta otra: ¿Qué estamos haciendo para que el progreso sea sostenido y sostenible, para estar más contentos y para evitar una posible debacle?.

Si nos centramos en la Agenda 2030 aprobada por todos los gobiernos del mundo durante la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York en 2015, deberíamos dar la razón a Pinker, pues los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que la Agenda incluye indican que la humanidad sabe a dónde va. Son objetivos que se corresponden con una etapa avanzada de la Ilustración y que se ocupan del cambio climático, la igualdad, los derechos de las mujeres y las minorías étnicas… y de la necesidad de cambiar el modelo de producción y consumo por otro más sostenible e inclusivo. Eso sí, dejan fuera, pues no habría habido consenso internacional para ello, la necesidad de regulaciones mucho más estrictas para el sistema financiero; la de un cambio cultural profundo hacia valores más avanzados; y la de ocuparse en serio de las migraciones, permitiendo la libertad de circulación de las personas -con las regulaciones pertinentes-, junto al respeto a los derechos humanos de los emigrantes y la educación y sensibilización sobre lo diferente y diverso.

Por otro lado, no cabe desconocer que hay intereses turbios y contrarios a la construcción de un mundo mejor, lo que podría la razón a Harari sobre los peligros que nos acechan. Ahí están los fabricantes de armas -el famoso complejo industrial militar de Estados Unidos-, las petroleras, las tabacaleras, los megabancos, los traficantes de mujeres, los políticos corruptos… la lista es demasiado grande. Los hermanos Koch, del sector petrolero, tercera fortuna de EEUU, quienes, al igual que la Exxon Mobil, financian el escepticismo sobre el cambio climático y las campañas electorales de Trump, bien ilustran estas fuerzas tóxicas.
Pero son millones y millones de personas quienes cada día sacan lo mejor que tiene el ser humano, la generosidad y el espíritu colaborativo que también nos caracteriza, la grandeza entre nuestras miserias, y construyen un mundo mejor en los hospitales, escuelas, en las empresas que buscan alternativas para reducir sus desechos y ofrecer mejores servicios, en las organizaciones solidarias, universidades, administraciones públicas, organizaciones internacionales que trabajan por la paz, los derechos humanos, la calidad medioambiental, la igualdad y el desarrollo sostenible. Del compromiso de estos sapiens conscientes, junto al de los poderes públicos, depende el avance hacia un progreso de nueva generación. Y todavía estamos a tiempo. @mundiario
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Fuente: Manuel de la Iglesia «Caruncho» para https://www.mundiario.com/ y www.gracus.com.ar

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