El fútbol de Albert Camus

 El filósofo francés decía que “del fútbol aprendí que la gente no es siempre lo que se dice ‘derecha'”. El fútbol, tan intrascendente como necesario; tan inoportuno como omnipresente; tan bello como violento. Camus era filosofía, pero también era fútbol.

Políticos. Perversos y sobrevalorados políticos. Un ejemplo. Hay varios. Manolo Duque, exalcalde de Cartagena, en noviembre de 2016 en una entrevista a un programa de televisión local en el que se le preguntó si contemplaba hacer cambios en la Secretaría de Educación para evitar la deserción escolar, dijo: “Tenemos que darles herramientas a los muchachos para que, verdaderamente puedan salir adelante. Un muchacho de esos a los que les da filosofía, ¿de qué les sirve la filosofía, si estos son muchachos que se la tiene que salir a jugar a la calle? (…) Tú ves un pénsum en la ciudad de Cartagena donde este muchacho está estudiando filosofía y tú dices: ¿Bueno, este muchacho qué va a hacer con eso?”.

La respuesta; su respuesta generó polémica y todas esas cosas que se magnifican en redes sociales. La indignación era razonable, pero en realidad, dicha aseveración reveló la esencia de un sistema efectista que se rige y se mide por los resultados. Por el cuánto. Por el cuántos. Por el número. Por el porcentaje. Por el alcance. Por el engagement. Por el maldito engagement.

Cuatro años antes, sin saberlo, sin proponérselo, Catherine Camus, hija de Albert Camus, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, publicó un libro que perfectamente hubiera podido responder los cuestionamientos del político de Cartagena. “Leer a Camus puede hacer mucho bien y más en esta época de consumismo e individualismo en la que se fomenta la reacción epidérmica, sin reflexión y en el que se han reemplazado los valores humanos por los de desprecio y eficacia. Una época en la que la búsqueda de éxito conduce a unos hombres a servirse de otros como medios. Una época en el que la gente piensa que solo tiene derechos y se olvida de sus deberes”.

Que nació Mondovi (Argelia) en 1913; que murió en Villeblerin (Francia) en 1960; que fue novelista, dramaturgo y ensayista; que empezó estudios de filosofía en la Universidad de Argel, que no pudo concluir debido a que enfermó de tuberculosis; que durante la Segunda Guerra Mundial militó en la Resistencia y fue uno de los fundadores del periódico clandestino Combat, y de 1945 a 1947, su director y editorialista; que en 1947 publicó La peste, la obra que consolidó su metamorfósis dialéctica en torno al valor de la solidaridad, la resistencia y la vida; de Camus mucho se ha escrito, dicho y documentado. Todos esos registros coinciden en una cosa o en dos: coherencia y valentía.

El amor a la libertad y el respeto al ser humano, así como la lucha contra cualquier forma de opresión, que le llevó a ser uno de los primeros hombres de izquierdas en denunciar los regímenes comunistas, lo que le valió la reprobación de prestigiosos intelectuales de su época, con Jean-Paul Sartre a la cabeza, son algunos de los rasgos que definen los principios de Camus.

“En los catorce años de vida que pasé a su lado, me abrió caminos que me permitieron vivir y sobrevivir. Todavía hoy la vida me parece cruel, pero de una riqueza y una belleza fabulosas. Él me enseñó a verlo”, dijo Catherine Camus en marzo de 2012.  (El actor Albert Camus. Por: Juan Gabriel Vásquez)

Camus murió trágicamente el 4 de enero de 1960 al estrellarse el coche en el que viajaba de copiloto contra un árbol, en una carretera a las afueras de París. Dejó tras de sí una producción que había sido premiada con el Nobel de Literatura tres años antes.

La Academia sueca le concedió en 1957 el más preciado galardón de las letras cuando Camus contaba solo 44 años, y lo hizo, según explicó entonces, por “una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”.

A él le salvaron de la miseria su talento y la cultura, “elemento salvador para los desheredados del mundo”, dijo su hija.

“Mi padre era sensual, al contrario que muchos otros intelectuales, su mensaje pasaba también por el vientre y por el corazón. Era un ser humano completo, que amaba la vida, a las mujeres, comer bien, bailar, la naturaleza, el sol, el fútbol”.

El fútbol. Tan intrascendente como necesario. Tan inoportuno como omnipresente. Tan bello como violento. Camus era filosofía, pero también fútbol. En 1957 escribió para France Football un texto para saldar las deudas que tenía con ese deporte. Con ese bendito (o maldito) deporte.

Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou. Fue, entonces, hace bastante tiempo, en 1928 para adelante, supongo. Hice mi debut con el club deportivo Montpensier. Sólo Dios sabe por qué, dado que yo vivía en Belcourt y el equipo de Belcourt-Mustapha era el Gallia. 

Pero tenía un amigo, un tipo velludo, que nadaba en el puerto conmigo y jugaba waterpolo para Montpensier. Así es como a veces la vida de una persona queda determinada. Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre, aparentemente por ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más porrazos que la canilla de un centro forward visitante del estadio de Alenda, Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice ‘derecha’.

Gran seductor, se casó dos veces. De Simone Hié, morfinómana, se divorció tras descubrir que le era infiel. De Francine Faure nunca se separó, pese a que él tuvo otras relaciones, entre las que destacó la mantenida con la actriz María Casares, también de origen español.

Fuente: Joseph Casañas para https://www.elespectador.com/

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