Philippe Meirieu visitó la Argentina a fines de 2018 y estuvo en la ex ESMA, donde recorrió el Museo Sitio de Memoria y brindó una conferencia en Abuelas de Plaza de Mayo ante un auditorio colmado. Los trabajos de Meirieu interpelan la propia experiencia acerca de cómo transmitir el pasado reciente y estimulan la reflexión sobre el lugar de la educación en las sociedades actuales. Revista Haroldo conversó con el pedagogo francés.
Philippe Meirieu, de extensa y reconocida trayectoria en el campo de la pedagogía, estuvo a fines del año pasado en la Argentina invitado por la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE). Profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad Lumière-Lyon 2, el autor de los libros Frankenstein educador y Carta a un joven profesor: por qué enseñar hoy participó del Congreso Internacional “Educación e Inclusión desde el Sur” en Tierra del Fuego y visitó la ex ESMA donde recorrió el Museo Sitio de Memoria y luego brindó una conferencia en la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, ante un auditorio colmado.
Ferviente defensor y promotor de la importancia del acto de educar como herramienta y ámbito de lucha contra la desigualdad, la exclusión y toda forma de barbarie, Meirieu hace propia la frase de Theodor Adorno expresada después de Auschwitz: “la educación no puede todo, pero ella puede, sin embargo, algo”. Revista Haroldo publica algunos fragmentos destacados de la conferencia y un reportaje con el pedagogo francés.
En mis trabajos yo me interesé particularmente en la cuestión de la transmisión. Los seres humanos venimos al mundo sin herramientas e inacabados, en un estado de extrema fragilidad y precisamos que otras personas adultas nos transmitan lo que saben del mundo, lo que conocen, lo que juzgan y consideran importante para el mundo. Nunca hemos visto en la tierra, por ejemplo, una abeja demócrata. Las abejas son genéticamente pro realeza. Y cuando una abeja nace en una colmena, sea reina u obrera, está programada para defender la monarquía y no tiene ningún tipo de poder sobre su destino. Esta es la razón por la cual no podríamos hablar de una historia de las abejas. No hay educación estrictamente hablando en el mundo de las abejas. Pero entre los humanos necesitamos que los que ya están aquí nos acojan, nos reciban para permitirnos vivir en la tierra, comprenderla y por supuesto, si podemos, mejorarla. Transmitir es un imperativo, es un deber. Pero la pregunta sigue siendo qué es lo que tenemos que transmitirles a nuestros niños y niñas. Porque cuando hacemos la selección de qué les transmitiremos estamos haciendo una operación de prefiguración de la sociedad que deseamos para ellos. Y creo que entre las cosas esenciales que debemos transmitir se encuentra el carácter sagrado y a la vez frágil de lo humano.
Mientras recorría hoy este lugar de memoria pensaba en la irrupción de lo inhumano en el medio de la historia. No hay jerarquías en el mundo de lo inhumano. Es necesario que transmitamos a los niños y niñas el carácter preciado de lo humano para que puedan sentir que, en tanto humanos, somos frágiles y que lo inhumano nunca está totalmente erradicado. Por eso debemos constantemente recordar esa dimensión inhumana para evitar que se siga reproduciendo. Lo humano, en cambio, es aquello que se inscribe en el tiempo, que es de carácter irreversible. No podemos borrar lo que aconteció. Debemos recordar que el sufrimiento humano no tiene nada de virtual, una vez que acontece, no hay modo de volver atrás. Esa es la razón por la cual tenemos una responsabilidad educativa fundamental con nuestros niños y niñas. Debemos presentarles la historia con sus diferentes caras y mostrarles que la historia nunca tiene fatalidades sino que son los humanos los que perpetraron matanzas, ya que serán ellos y ellas los que algún día deberán elegir de qué modo actuar.
La filósofa norteamericana Martha Nussbaum en su libro titulado Emociones políticas muestra que no hay sistema político que no se apoye sobre las emociones. Un sistema totalitario puede apoyarse sobre el miedo, el terror, cierto culto de la violencia, el rechazo de todo espíritu crítico y de toda capacidad de pensar por sí mismo. La autora nos cuenta que contra estas emociones, manipuladas por los regímenes totalitarios, necesitamos educar en emociones democráticas, las cuales empiezan a partir de desarrollar la capacidad de empatía, la comprensión de que el otro es igual a mí, que sufre de la misma manera que yo podría hacerlo y que su humanidad es tan sagrada en él como en mí. Nussbaum afirma que en las sociedades democráticas el trabajo alrededor de la expresión artística, el contacto con la literatura, (el cual nos permite entrar en mundos diferentes al nuestro) y con la música (que nos ayuda a mancomunar con los otros y generar un mundo común) colaboran en el desarrollo de las emociones democráticas. Sabemos que los bárbaros, los verdugos, los violentos no cuentan con esta emoción y empatía. Para ellos, los otros no son más que objetos para su poder, para su placer. Tenemos que luchar contra esta tentación humana de tomar al otro como objeto y someterlo a nuestra propia voluntad.
Los tiranos y los dictadores no soportan que haya gente que no piense como ellos, entonces buscan convencer y luego manipular a las multitudes, llegando al extremo de terminar torturando y matando, porque la presencia de otro pensamiento les resulta insoportable. Podemos ver aquí hasta qué punto es importante educar en el respeto a la alteridad, a la otredad, que siempre es un poco opaco. La cuestión entonces radica en interrogar y pensar en torno a los modos de educación que estamos poniendo en marcha y preguntarnos si tenemos la capacidad suficiente para llevar a los niños y niñas al descubrimiento de que ese “otro” es diferente e importante para nosotros, y que la riqueza del “otro” es inmensa y siempre está, en algún punto, por descubrir. 1
En mis intervenciones en la Argentina insistí alrededor de un punto fundamental de mi trabajo pedagógico que es la necesidad de que nuestros niños, niñas y estudiantes descubran dónde está el placer y la alegría de la formidable experiencia que implica la ayuda mutua. Cuando un niño que está más adelantado en la clase le explica a otro que tiene alguna dificultad, no sólo está haciendo que el otro progrese, sino que él mismo progresa porque las preguntas planteadas por su compañero le permiten comprender mejor. Así va entendiendo que el otro es una pieza muy necesaria para su desarrollo, y que si él conoce un poco más no va a utilizar esa superioridad para aplastar al otro sino que lo va a ayudar a crecer y desarrollarse. Creo que un desafío fundamental en nuestras sociedades actuales, las cuales son terriblemente individualistas y sólo cultivan la competencia permanente entre los individuos,…el desafío es proponer que, al intercambiar nuestros saberes, puntos de vista, experiencias y conocimientos, podemos descubrir una experiencia de solidaridad que nos permita esbozar un mundo no basado en la competencia y abierto a otro tipo de relación social. De este modo vemos cómo puede darse un aprendizaje real, lo que yo llamo empatía. Es decir, cuando el otro se vuelve ser humano, no un objeto, y entonces hay posibilidad de que se construya algo entre nosotros, porque nos estamos descubriendo, a la vez, idénticos y diferentes. Bastante idénticos para poder hablarnos y lo suficientemente distintos como para tener algo qué decirnos.
En Francia hace cuatro años hemos vivido atentados que han provocado una gran cantidad de muertes. La Ministra de Educación nacional pidió que los profesores hablaran con sus alumnos sobre este shock traumático para la sociedad francesa y que los estudiantes pudieran decir qué habían sentido y cómo lo habían vivido. Era necesario que pudieran encontrarse con adultos que generaran un espacio de diálogo. Consultados los profesores sobre cuál había sido la idea que apareció con mayor insistencia, respondieron que la reacción casi unánime de los niños y niñas fue la de “no podemos comprender”. Los profesores nos venían a preguntar entonces cómo explicar lo ocurrido, y yo decía que, al contrario, está bien que no lo comprendieran, porque lo inhumano no puede ser comprendido. Está bien que tengan esa reacción ante lo inhumano, que sientan que no es posible hacerle al otro algo semejante. Y tan paradojal como pueda sonar, lo que justamente tenemos que transmitir a los estudiantes es nuestra falta de comprensión y nuestra revuelta permanente frente a la barbarie. Nos negamos a comprender la barbarie. Porque nuestro deber, justamente, es cómo hacemos para cuidar lo humano, a los que sufren, porque cuidando de los otros nos volvemos un poco más felices.
El libro del escritor italiano Ítalo Calvino Las ciudades invisibles concluye con un párrafo que cada vez que lo leo me conmueve. Dice: “El infierno de los vivos ya está aquí. El infierno de los vivos está constituido por la violencia permanente de los humanos entre sí. El infierno de los vivos está constituido por todos los sufrimientos que algunos humanos les infringen a otros. El infierno también está constituido por el sufrimiento que nosotros le infligimos a nuestro planeta. Este infierno ya está aquí pero hay dos maneras de vivir en el infierno. La primera es acomodarse en él, e incluso, preguntarse cómo podemos sacar provecho de este infierno. Pero la segunda, es más arriesgada, más difícil y también más esencial e importante para nuestro futuro, es la de justamente preguntarse por aquello que -aún dentro del infierno-, no es infierno. Y es en estos lugares, en estos espacios, donde el infierno retrocede un poco”. Estos espacios hay que protegerlos, propiciarlos, hacer de ellos lugares de esperanza, y creo que esto es lo que han hecho las Abuelas de Plaza de Mayo. En el infierno de la dictadura han creado espacios que no eran tan infierno, donde uno podía reconciliarse con la humanidad. Es necesario que transmitamos la memoria de estas mujeres que tuvieron el coraje de crear, en medio del infierno, lugares y momentos de esperanza. Tenemos que tomar el ejemplo de lo que ellas hicieron, porque aquí hubo dignidad, voluntad, esperanza y confianza en el futuro. Es esto lo que tenemos que transmitir a nuestros niños y niñas y es lo que probablemente les permita construir un mundo menos infernal que el que les estamos dejando.
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El filósofo alemán Theodor Adorno expresó: “Que Auschwitz no se repita es la primera exigencia de la educación”. En el caso argentino, nosotros reemplazamos Auschwitz por ESMA, como símbolo de la experiencia genocida. ¿En qué medida considera que está vigente este imperativo en el campo educativo?
Creo que es un imperativo que sigue en vigor pero pienso que Adorno está marcando con Auschwitz un genocidio cuya amplitud y extensión de barbarie es absolutamente inaudita. No hay posibilidad de jerarquizar entre barbaries. Cada vez que algo humano está siendo destruido, sacrificado, cada vez que la barbarie está allí pienso que nos encontramos frente a un fenómeno que debe ser permanentemente identificado y rechazado, para lo cual debemos, justamente, formar a nuestros niños y niñas. Podríamos incluso extender el propósito de Adorno diciendo que el objetivo es que la barbarie no retorne. Pero lo que hemos aprendido desgraciadamente a partir de Auschwitz es que los humanos tenemos una formidable capacidad de imaginación y que la barbarie continúa existiendo bajo una multiplicidad de formas. Entonces podríamos desalentarnos y pensar que la educación no jugó su rol. Pero también podemos considerar que es necesario realmente tomar en serio la cuestión sabiendo evidentemente que la educación no puede todo. Es esto lo que dice Adorno en un pasaje de su texto: “la educación no puede todo, pero ella puede, sin embargo, algo”. “Ella puede, sin embargo, algo” quiere decir que nosotros todavía tenemos poder como educadores sobre la historia, porque la manera en la cual la enseñamos, la manera en la que trabajamos la memoria y las capacidades de empatía en nuestros estudiantes puede cambiar su comportamiento, puede hacer que ellos tengan comportamientos más humanos o inhumanos. Y es necesario creer en ello. Es necesario actuar en función de ello y si no, bueno…hay que dedicarse a otra cosa.
Usted sostiene que “No hay democracia sin una pedagogía de la democracia”. ¿En qué medida es posible sostener y profundizar esa “pedagogía de la democracia” en sociedades cada vez más excluyentes, individualistas, meritocráticas y desiguales como las actuales?
No tenemos opción: o nos resignamos a la exclusión, a que la desigualdad domine o bien elegimos actuar allí donde sea posible hacer retroceder esto. Pienso que en una clase, un docente puede hacer retroceder las injusticias, las desigualdades y el individualismo. Hay una pedagogía que permite construir un verdadero diálogo entre los alumnos, que permite desarrollar la ayuda mutua, la solidaridad, la lucidez y no la competencia. El debate democrático es un debate para el cual es necesario formar a los ciudadanos. Podemos ver con claridad que las instituciones democráticas no garantizan por sí mismas las prácticas democráticas. El caso de Brasil, con la elección de Jair Bolsonaro, es un buen ejemplo de ello. Es necesario que la formación de niños y niñas sea coherente y abone la democracia. Debatir democráticamente es ser capaz de separar lo que uno cree de lo que uno sabe, separar el interés individual del colectivo, ser capaz de confrontar el propio punto de vista con el de los otros. Eso se aprende, se desarrolla, no es espontáneo.3
El docente también está formado en la “inmediatez”, en esa “pulsión de consumo” que no es sólo de los chicos. ¿Qué ocurre entonces con la formación del docente?
Pienso que la formación docente tiene que estar construida sobre dos o tres finalidades esenciales. Hoy la formación de los maestros se construye a partir de una serie de competencias técnicas que son necesarias para el ejercicio del oficio, pero ellas no reemplazan las finalidades de este oficio. Sostengo que es necesario emplazar, posicionar en el centro del oficio del maestro dos finalidades fundamentales. Una, la formación del pensamiento en el alumno, a través de la desaceleración y la reflexión en un mundo de inmediatez, y la otra, es la formación en la cooperación y la solidaridad. Las competencias técnicas del maestro (dar la clase, corregir, evaluar, recibir a los padres) tienen que estar puestas al servicio de estas finalidades. Creo que hay una manera de enseñar las matemáticas que a la vez es capaz de transmitir espíritu crítico y solidaridad pero también hay otros modos de enseñar las matemáticas que tienen que ver con la obediencia, la pasividad y la competencia. Es decir, no alcanza solamente con decir que queremos que nuestros niños y niñas sean buenos en matemáticas para que tengan buenos resultados en las pruebas PISA* del año próximo. Toda enseñanza, toda transmisión de la cultura está ligada a un horizonte, a un porvenir.
“No tenemos opción. O nos resignamos a la exclusión, a que la desigualdad domine o bien elegimos actuar allí donde sea posible hacer retroceder esto”.
Usted afirmó que “educar no es fabricar, es introducir a un universo cultural”. ¿Qué ocurre en ese sentido con la memoria, con las experiencias vinculadas al pasado en una sociedad que vive el presente permanente como un valor?
En Francia vivimos en lo que se denomina “presentismo”, un presente constante. Contra ese “presentismo” es necesario a la vez desarrollar la memoria del pasado y la anticipación del futuro, ya que es la articulación entre pasado y futuro la que construye el presente, no es el goce del instante, sino el presente no existe. En el trabajo de transmisión en cambio se involucra todo aquello que lo humano ha logrado, también sus dificultades, fracasos, errores. La transmisión también es todo lo que se puede esperar de lo humano para contribuir a un mundo mejor, pero esa transmisión de un mundo común que compartimos también debe hacer lugar a una formación emancipadora.
En estos tiempos de “presentismo” hizo referencia a la necesidad de la escuela como “lugar de desaceleración”.
Sí. La escuela como “lugar de desaceleración” significa que debiera ser pensada y organizada como un lugar donde pueda emerger el pensamiento que no exija la respuesta instantánea, donde exista un tiempo para reflexionar, que funcione como un lugar de desaceleración en un mundo de aceleración, de inmediatez. En un marco de ebullición, de rapidez permanente, de sobre-exigencia en el que viven los estudiantes hay que construir espacios donde se enseñe a pensar y reflexionar.
Hoy antes de su conferencia recorrió el Museo Sitio de Memoria en la ex ESMA. ¿Qué sensación le produjo esa experiencia?
Mucha emoción y también el sentimiento de que el pueblo argentino, cuando tomó conciencia de lo que sucedió y construyó este lugar de memoria, dio testimonio de una gran dignidad y madurez al mundo. Este encuentro de hechos históricos del pasado reciente se construyó a partir de una mirada que es histórica pero que al mismo tiempo es una mirada de una sociedad que se compromete a establecer un juicio crítico sobre lo que sucedió y que sigue interrogando a sus ciudadanos sobre cómo fue posible que eso sucediera. Creo que es muy importante que existan en nuestras sociedades lugares de memoria donde nuestros niños y niñas puedan decirse y preguntarse cómo es que esto ha sido posible.
Notas
- *Nota al pie: Se refiere al Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA). Sobre dichas evaluaciones el pedagogo expresó: “Uno puede encontrar en los test de PISA un aspecto estandarizado, basado en elementos técnicos que pueden ser preparados de un modo mecánico, es la razón por la cual ciudades como Shangai o Taiwan, o países como Corea del Sur, obtienen excelentes resultados, porque ellos preparan a sus alumnos según los test, lo único que hacen es entrenarlos en eso (…) reduciendo toda práctica de enseñanza en un resultado cuantificable. Es más interesante comparar los resultados entre un informe PISA y otro hacia adentro de un país -para dar cuenta de la evolución-, que comparar los países entre sí. Véase “El peligro es concebir una escuela que no sea inclusiva sino individualista”. Tiempo Argentino. 21.10.2018.
- Fuente: Edgardo Vannucchi para http://revistaharoldo.com.ar