Juan Manuel Puig Delledonne (General Villegas, 1932–Cuernavaca, 1990) fue un escritor argentino de relevancia mundial por sus novelas Boquitas pintadas, El beso de la mujer araña y Pubis angelical.
Pasó su infancia en su pequeño pueblo natal y emigró a la capital argentina para llevar a cabo sus estudios secundarios. Después de iniciar diferentes estudios superiores, optó por formarse en la cinematografía, para lo cual se trasladó a Italia. No concretó su formación y terminó realizándose como escritor. Vivió en Roma, París, Londres, Estocolmo, México, Nueva York, Río de Janeiro y Cuernavaca. Es autor de ocho novelas y cuatro obras de teatro, además de relatos breves y guiones cinematográficos. Es muy reconocido por su uso de la polifonía literaria y el monólogo interior. Aunque desde la pubertad se asumió como homosexual, escribió y militó respecto a este tema, llegando a declarar que algo tan «banal» como la sexualidad no puede definir la identidad de una persona y, por otro lado, opinó que la actividad de las agrupaciones homosexuales tendían a incurrir en el error de separar la cuestión homosexual de otras agrupaciones, comunidades o sectores sociales. Con todo, fue miembro fundador del Frente de Liberación Homosexual en 1971 junto al sociólogo e historiador Juan José Sebreli, el abogado y escritor Blas Matamoro y el poeta y escritor Néstor Perlongher.
Hoy se cumplen 30 años de la muerte de Manuel Puig, del que se podrían decir muchas cosas pero cuya importancia tal vez se pueda resumir así: fue el autor que, en los años 60 y 70, corrompió a la literatura argentina y produjo la posibilidad de pensar un horizonte post Borges. No es poco.
Lo hizo desde un lugar desplazado; oriundo de General Villegas, un pueblo que hoy es emblemático por haber producido a ese objeto rarísimo, se movió siempre un poco en el borde de la institución cultural argentina, aunque sus fogonazos impactaron varias veces en el blanco y fue unos de los autores más exitosos de su época. Vivió en Europa, México, Nueva York y Río de Janeiro. Se diría que Manuel Puig estaba y no estaba. Fue miembro del legendario Frente de Liberación Homosexual y escribió ocho novelas perfectas. Esas son, a grandes rasgos, sus señas particulares.
El caso de Puig no es como el de muchos autores que recién después de muertos empezaron a suscitar lecturas y a ocupar un lugar en el canon literario argentino: desde que publicó su primer libro, La traición de Rita Hayworth, en 1968, fue bendecido con la doble gracia de las ventas y la buena recepción de la crítica más exigente.
Fue un favorito de la academia desde el comienzo, y de hecho se podría escribir una historia de la crítica literaria de fines del siglo XX a partir de los modos en que se leyó su obra. Primero una lectura estructuralista (corrían esos vientos, que llegaban desde Francia); luego primó una lectura fuertemente ideológica, que trabajaba sobre el cruce de sus novelas con la cultura popular y los medios. Lo que hacía Puig, se preguntaban todos entonces, ¿era una parodia de la alienación mediática o un homenaje al Hollywood clásico? La cultura oral, el folletín o el bolero son registros que circulan por sus textos con una naturalidad asombrosa, y también ahí ya aparecía una pregunta que luego muchos se harían, por ejemplo, con César Aira: ¿pero esto es literatura?
Puig decía siempre que lo que hacía era un homenaje amoroso al mundo del espectáculo que lo había emancipado de una existencia gris de pueblo perdido, pero la crítica ideológica de los 70 buscó ver ahí una puesta en ficción de los modos en que la industria del espectáculo genera ideología en los consumidores.Luego, en los años 80, textos relevantes como los de Jorge Panesi o Alan Pauls le dan un nuevo vuelco a la obra de Puig: retoman dramáticamente la lectura del teórico del lenguaje Bajtin para pensar las novelas de Puig bajo un signo más moderno. En los 90 llegó el posestructuralismo y las lecturas deleuzianas de sus novelas; evidentemente, sus libros podían decir mucho, y su influjo sería de largo alcance. Sin embargo, él sentía, como tantos otros escritores, que la crítica lo leía con un cierto desdén, como si sus libros fueran ejercicios frívolos. “Creen que soy un best-seller pasajero, no un escritor –dijo en una entrevista–. Lo mismo pasó con Roberto Arlt hace 30 años, y los que le cavaron la tumba son los mismos que ahora lo ensalzan”.
¿Pero por qué interesa tanto Puig? ¿Qué es, exactamente, lo que hizo? Después de la irrupción de Borges en la literatura argentina, Puig se hizo fuerte justamente ahí donde Borges no pisó, en la novela. Puig entendió que para ser posborgeano había que conquistar el único territorio que el gran maestro no se había querido apropiar. Así, planteó algunas innovaciones que hoy siguen siendo muy de avanzada. Si Borges había roto los límites entre ficción y realidad y había jugado con la posibilidad de los mundos imaginarios que inciden y modifican al mundo real, la gran invención de Puig es repensar la figura del narrador, que articula históricamente a la novela. ¿Quién está hablando en las novelas de Puig? ¿Quién escribe? El narrador –el que “cuenta” en las novelas– es la figura protocolar más anquilosada de la historia de la literatura, y Puig la dinamitó.Play VideoVideo: Boquitas pintadas
El centro de la operación Puig es ese: poner en crisis la figura del narrador, en un movimiento desconcertante que todavía derrama en las nuevas generaciones de autores. Hoy hay libros-objeto que parecen no escritos por nadie, y sin embargo son pura escritura (algunos de Pablo Katchadjian podrían servir un ejemplo). Eso es Puig. También le sacó solemnidad a la literatura argentina, que siempre pecó de ser un poco seria. Puig la hizo liviana y de ahí también sale Aira y, a través de él, muchos escritores jóvenes. A veces se dice que los autores jóvenes no leen a Puig –sentencia temeraria que habría que revisar–, pero en ocasiones no hace falta leer a un autor para estar influido por él: su magisterio se filtra a través de otros y llega modificado pero con toda su carga de potencia. Eso es, también, la posteridad. Como en un juego, se podría dividir a los escritores entre aquellos que encuentran rápidamente un tono y entonces lo mantienen y lo profundizan durante toda su obra (como Onetti o Saer) y los que buscan cambiar con cada libro que escriben. A esta segunda categoría pertenece Manuel Puig. Publicó apenas ocho novelas (por ocho libros a Kazuo Ishiguro le dieron el Nobel) y cada uno le dio otra vuelta de tuerca a las letras locales. La traición de Rita Hayworth y El beso de la mujer araña son los más hiteros, pero The Buenos Aires Affaire es el preferido de los lectores más “duros”; se publicó en 1973 y ya le llovía ofertas de traducción y adaptaciones. Cae la noche tropical, su libro final, su novela carioca, es de una belleza simple y brillante, como un atardecer en la playa. La publicó en 1988 y ya no habría más.
Al cine. El productor David Weisman, Sonia Braga, Puig y Raúl Julia, durante la filmación de “El beso de la mujer araña” (1985)
La muerte lo atrapó en México, donde trabajaba en el guion de una película española. Tomas Eloy Martínez la reconstruyó en una larga crónica, y ahí consigna que Puig le dijo, en el tono melodramático de sus libros, como si su literatura hablara por él o como si un autor nunca se hubiera parecido tanto a sus libros: “Soy una mujer que sufre mucho. Si pudiera, cambiaría todo lo que voy a escribir en la vida por la felicidad de esperar a mi hombre en el zaguán de la casa, con los rulos hechos, bien maquillada y con la comida lista. Mi sueño es un amor puro, pero ya ves, estoy condenada a los amores impuros”.
A diferencia de la literatura de Sábato o de Cortázar, el tiempo fue piadoso con los libros de Puig. Estos 30 años le imprimieron a su trabajo una fabulosa actualidad, en un movimiento paradojal: mientras que los “temas” que abordan sus novelas van dejando de existir, su sensibilidad es la de nuestra época: transversal, desprejuiciada, profundamente libre.
Fuente: Mauro Libertella para www.clarin.com