Me he levantado con una musiquilla metida en la cabeza. Seguro que también les ha pasado alguna vez a todos ustedes. Un hilo musical interno que, no sabemos por qué, suena en formato bucle. Y no ha sido hasta después del primer café que he encontrado la canción, el cantante, el título.
Primero he constatado que hay un mundo de tentaciones pero también de caramelos con forma de corazones. De ahí he seguido hasta Calamaro y tras esta pista me he encontrado con el Estadio Azteca.
Y de todo eso, para llegar a Maradona, solo hace falta un soplo de viento.
Yo tenía pensado hablarles hoy sobre la idea de que la única constante de la vida es el cambio. Se lo leí el domingo a Gilles Clément, paisajista y sabio francés, y mis viajes a París me llevan a veces a esos rincones filosóficos.
Pero la realidad vino a visitarnos con una de sus noticias, que tienen la curiosa definición de esperada y sorprendente. Cuántas veces hemos dado por supuesto que Maradona estaba ya más allá arriba que con nosotros y qué enorme mazazo ha sido descubrir que ya es constatable que juega en el cielo (¿o tal vez le hubiera gustado más en el infierno?) en el rondo de los mejores, aunque dicen que como ese equipo se cuenta con los dedos de las manos y hay un par de ellos que siguen con nosotros van a tener que buscarse a algún amigo para completar el rondo y, sobre todo, a algunos para que paren dentro porque los dioses del fútbol no están para recuperar balones.
Y esa constatación de la realidad me ha hecho recordar cómo, tal vez contra la idea que yo iba a defender ante ustedes, hay elementos que permanecen estables y referenciales en nuestras vidas, haciendo que parezca que somos aún unos niños llenos de sueños que jugamos en la plaza de nuestro pueblo con ser los mejores, con vestir la camiseta de nuestros sueños.
Maradona es uno de esos testigos de mi vida, uno de esos referentes, también, del paso del tiempo.
Él con 60, yo con 59. Él del 30 de octubre, yo del 23. Sin pretender el absurdo de comparar nuestras carreras porque él ya me hizo sentir alguna vez absurdo en los campos cuando me engañaba con una finta, con un amague, con una falta clavada en la escuadra y hasta con un gol de cabeza. Sí, un gol de cabeza en el mismo San Mamés en medio de uno de los equipos más dotados para defender ese tipo de acciones. Maradona ha sido uno de los testigos de mi vida, seguramente de muchos de los de la década de los 60, de esos testigos que cuando pensamos en ellos nos confunden porque nos llevan a pensar que el tiempo se ha detenido y los sueños siguen pudiendo a las decepciones. O que el tiempo nos ha concedido el privilegio de congelarse cuando todo lo que nos rodea certifica que nada es como era, ni volverá a serlo.
Ya lo cantó hace mucho Mercedes Sosa con aquello del “todo cambia”, pero en este mundo en el que no sabemos muy bien a dónde vamos conviene tener alguna referencia para recordar, al menos, de dónde venimos.
Pero también nos decía la canción, en unos versos que podrían haber sido escritos ayer, que lo que no cambia es el amor, el recuerdo ni el dolor de su pueblo y de su gente. Puro Maradona.
Por eso, y en tiempos de covid, una vez más llegó el Comandante Maradona y nos mandó (¿por última vez?), nos mandó a parar.
Fuente: www.elpais.com