jueves, abril 18, 2024
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Juan Gelman, Rodolfo Alonso

Juan Gelman (Buenos Aires1930México, D. F.2014) fue un renombrado poeta argentino. Escritor desde su niñez, se desempeñó como periodista, traductor y militante en organizaciones guerrilleras. Exiliado durante la dictadura cívico-militar-eclesiástica iniciada en 1976, retornó a la Argentina en 1988 aunque se radicó en México. Buena parte de su vida y obra literaria se vieron signadas por el secuestro y desaparición de sus hijos y la búsqueda de su nieta nacida en cautiverio. Fue el cuarto argentino galardonado con el Premio Miguel de Cervantes, luego de Jorge Luis BorgesErnesto Sábato y Adolfo Bioy Casares. Se lo considera uno de los grandes poetas contemporáneos de habla hispana y un «expresionista del dolor». A su muerte, la Presidencia de la Nación Argentina decretó tres días de duelo nacional.  

No una, sino varias veces, me tocó aludir, ocupándome de versiones al castellano de poesía extranjera, a ese doble círculo de ansiedad en que dicha labor se inscribe y al que me vi tentado de intentar definir como la utopía traductora. Porque si, por un lado, resulta casi absolutamente imposible pretender trasladar a otra lengua un poema logrado que, para serlo, ha de estar precisamente fundido en forma inescindible (y dichosa) con la suya, hecho un solo cuerpo con ella, por el otro, resulta, también, altamente irrefrenable, casi atávica y, en muchos sentidos, sumamente fecunda la recurrente tentación de hacerlo.

En nada de ello pensaba cuando me topé, no hace demasiado tiempo, mientras me daba el gustazo de releer -con enorme felicidad, con infinito placer- el Quijote, con un inesperado, por olvidadizo, argumento de peso a mi favor. En el memorable capítulo sexto, donde se trata del meticuloso escrutinio que, de la biblioteca del protagonista, hacen dos amigos de su aldea, sin duda, un maravilloso ejemplo de la más acerada, ingeniosa y poco compasiva crítica literaria, Cervantes pone, en boca del cura, entre inquisidor y adicto, estas agudas conclusiones: “y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento”. Tras de lo cual, sólo me restaría agregar, no sin satisfacción y acaso en el aire de Sancho: “Quod erat demostrandum.”

Se me ocurrió que esa mención vendría a cuento al referirme a ese breve y singularísimo libro de Juan Gelman: dibaxu, escrito directamente en ladino (es decir, el mismísimo idioma, milagrosamente conservado tal cual, durante siglos, por los judíos sefardíes después de su expulsión de España) y que se acompaña, allí, con una versión del mismo autor a nuestro hablar de hoy. Si bien, la cuestión tiene mucho que ver con lo que hablábamos antes, no se trata en absoluto del caso de una traducción desde lengua extranjera al propio idioma, pero sí, de una experiencia, vuelta en este caso evidencia merced al arte de Gelman, de las ineludibles y poderosas vinculaciones que la poesía tiene, precisamente para serlo, con el lenguaje.

No es la primera vez que algo por el estilo, más bien similar que idéntico, ocurre a lo largo de la obra poética del autor de Cólera buey (1962-1968). Sin llegar al extremo de los heterónimos, es decir, el caso de poetas diferentes al mismo autor y que se presentan por separado, con firma y personalidad propias, de los cuales Pessoa y, en menor medida, también Machado podrían dar altos ejemplos, nuestro Gelman nos ha ofrecido, por el contrario, muchas veces, libros suyos como si fueran versiones de otros autores, acaso, imaginarios (Sydney West, John Wendell, Dom Pero Goncalvez, Yamanokuchi Ando), inclusive, presentados bajo el título de Traducciones, pero, sin negarles nunca, abiertamente, su propia paternidad.

Que yo sepa, hasta ese momento, y bien que todas estas vivencias anteriores hayan rondado, más o menos, cerca de los límites posibles del asunto, nunca había asumido el autor tan hondamente la creación en un idioma directamente distinto. Claro que, en esta ocasión, viajando en el tiempo, trasladándose a unos cuantos siglos atrás del propio. La ocasión, además de presentarse como poéticamente lograda, no deja de rozar -al menos para mí- múltiples y ricas dimensiones.

En primer lugar, y no es casual que ello ocurra en estos tiempos que se quisieran posmodernos, donde (erróneamente, a mi criterio) se suele adjudicar, en estos asuntos, más trascendencia al concepto que a su encarnación en un idioma vivo, dibaxu vuelve a poner el acento en el lenguaje. Y lo hace demostrando que la poesía continúa siendo, como quería el agudo Wallace Stevens, “la alegría (la dicha) del lenguaje”. En lo cual, no dejaba de coincidir, acaso sin proponérselo, acaso inconscientemente, nada menos que con Dante Alighieri, quien, no por casualidad, supo, también, aludir en su obra cumbre a la poesía como “gloria de la lengua”.

Con la modestia que lo caracteriza y desde una casi mínima introducción a estas páginas tan tocantes como indelebles, el mismo autor reivindica, con precisión no exenta de ternura, algunos de los caminos mediante los cuales puede accederse, con provecho, a textos tan misteriosamente bellos y entrañables: no sólo el “candor”, sino, también, la sensación de la poesía como “lenguaje calcinado”, vivo en la historia y desde la historia de los hombres que lo hablaron y lo hablan, pero capaz, también, de la más temblorosa intimidad. La poesía, que no es quizá otra cosa que lengua soberana y autónoma, pero, a la vez, indisolublemente, también, lengua que otros hablaron e hicieron, al hablar, con su vivir. Y que debería, hoy, también, volverse legítimamente lengua viva, individual y general, de uno y de la especie. Así sea.Cuando a un poeta le toca convertirse (aún sin proponérselo) en hombre público, no deja de correr sus riesgos. El peor de los cuales, en estos asuntos, para mí, siempre será el malentendido. Pero, haciendo, como siempre, caso omiso de las razones del mercado y de las buenas intenciones, Juan Gelman continuó entregado a la poesía con feroz fidelidad. Acentuando, quizás, una tendencia -por otro lado, en absoluto teórica, casi orgánica, instintiva en él- hacia la concentración hondamente expresiva, pero, a la vez, encarnada en su palabra, latente, temblorosamente viva, en aquel tocante y escueto libro: Incompletamente (1993-1995), vino a ahondar en la estela del inmediato anterior.

Porque si, en dibaxu, ese “lenguaje calcinado”, como llamó a la poesía, tuvo que ver con el sefardí (aquel luminoso castellano del Siglo de Oro que los judíos, ciegamente expulsados de España, se llevaron entonces consigo y que supieron mantener en ejercicio a través de los tiempos), que se volvía para él materia y fuente, existencia y destino, aquí, ahora, también, el soneto, que supo llegar a su esplendor en nuestra lengua, más o menos, hacia la misma época, nos devuelve en su medida, de algún modo, a otro momento ejemplar.

Aunque, por supuesto, no endiosándolo como mera forma. Si el pájaro (el poeta) “canta/incompletamente”, la huella del ser no está en la unanimidad aparente de la perfección, en tantas ocasiones, superficial, sino (por el contrario), en la evidencia de ciertas imperfecciones, en las marcas del aliento y de la sangre -es decir, de la vida- en el lenguaje. Y, no es casual, que aquí y allá me parezca ver rebrotar, pero, ahora, en forma medular, algún relampagueo de nuestro padre César Vallejo, el mismo que supo aludir a todo un Quevedo como “ese abuelo instantáneo de los dinamiteros”.

Desde hace ya mucho tiempo, pero, cada vez, quizá, en forma más acusada, Juan Gelman nos fue ofreciendo como poeta (sin duda, en forma inconsciente) otra gran lección. Que la poesía no surge, apenas, tironeando de la mera exterioridad del compromiso, así sea conceptual, ni de la mera retórica formal, así sea vanguardista o académica. El poema logrado resulta aquel que logra convertir en cuerpo a su palabra, que logra volverse un ser soberano y autónomo de lenguaje vivo. Porque las recetas, desdichadamente, no engendran milagros.

Cuando ya se han olvidado o, simplemente, no se perciben las potencias de verdad y de fervor que había, además, en las grandes vanguardias poéticas de comienzos del siglo pasado y cuando se olvida, también, la ineludible presencia de sentimientos y pasiones en formas tradicionales que sólo se alcanzan a ver como retórica, Gelman devolvió a la poesía su extrema, a la vez, humilde y ambiciosa condición de experiencia de vida y de lenguaje. Con todo lo que ello implica de inacabamiento, sí, de mestizaje e, incluso, de angustiosa ansiedad, pero, también -como sólo un alto poeta logra hacerlo-, transmitiéndonos esa grandeza, doblemente trágica, del canto humano y de nuestra humana condición.

Muy pocas veces, dentro de la enorme marejada de poemas que se viene publicando entre nosotros, podrá decirse que de un libro así, como quería el gran viejo Walt Whitman, quien lo toque está tocando a un hombre.

Por una vez, al menos, me fue dado coincidir con lo que afirma un editor en contratapa. Cuando, en el libro en prosa de Juan Gelman: Miradas (2005), se aludió a su autor como “Gelman, lector apasionado”, recordé, de inmediato, aquella oportunidad en que, cuando nos reencontramos, durante 1994, en Medellín, pude comprobar que, en su mesa de luz, lo esperaba un voluminoso tomo de ensayos de Eugenio Montale.

A quienes llegó, quizás, a sorprender aquella bienvenida nueva entrega de otro de sus contados libros en otro género (donde supo reunir magníficamente, con solvencia y sensibilidad, en una trama tan bien urdida que no se percibe a simple vista, lo que él sugiere apenas como “miradas”, pero, que son, en realidad y por lo general, agudas y entrañables perspectivas sobre poetas, artistas y escritores, en muchos casos, emblemáticos), quizás, cabría recordarles que, a lo largo de su vida y sin dejar de ser poeta, claro, Gelman nunca dejó, tampoco, de ser, simultáneamente, periodista, de ejercer el periodismo como profesión.

Como si, a medida que su tiempo maduraba, ambas vertientes tendieran a encontrarse, a confundirse, a reunirse, estas tocantes crónicas, originalmente aparecidas en la última página de un diario porteño, vinieron, en gran medida, a confirmarlo. No sólo porque sus protagonistas y, como suele ocurrir, de manera especial los más desconocidos u olvidados, resultan, casi siempre, nombres clave, significativos, cuando no paradigmáticos, sino que, también -y al mismo tiempo-, no sólo se trasluce, allí, una voluntad de autor que los reúne y relaciona entre sí, sino que, además, se me hacen ligados de uno u otro modo con la propia cosmovisión de Gelman, como intelectual y como artista, con su propio desarrollo humano y creador.

De Safo a Colette, de Rimbaud a Rubén Darío, de Kafka a Joseph Conrad, de Baudelaire a Katherine Mansfield, de Paul Celan a Ingeborg Bachmann, de George Grosz a Franz Baermann Steiner, de Melville a Beckett, de Ignatius Sancho a Hart Crane, de Wilde a Joyce, de Thomas Mann a su hermano Heinrich, de D. H. Lawrence a Raymond Chandler, de Heine a Supervielle, de D´Annunzio a John Wayne, de Giacometti a Elytis, de Chejov a Robert Lowell, de Charles Ives a Deng Xiao-ping, de Pontecorvo a Ingmar Bergman, de Cole Porter a Tarkovsky, por citar sólo algunos, pero, también, de Daniil Kharms a Nikolai Erdman, de Imre Kertész a Gunter Kunert, de Mandelstam a Meyerhold, de André Chénier a Primo Levi, todos ellos investidos con la cruz de su tiempo, artistas que, no sólo, dan, sino, que son testimonio por su belleza y su dolor, por su tragedia y por su arte, acaso es posible leer, además, por debajo de cada una de sus vidas, también, la historia y la vida de quien allí los evoca, el poeta Juan Gelman, comprometido como siempre, sí, pero, acaso, esta vez, con la amarga y saludable dignidad de la experiencia propia, con la dolorosa y fecunda lucidez de lo experimentado en carne propia: “un hecho que para muchos pasa inadvertido: la ideología de un escritor es sólo una parte de su subjetividad, de su experiencia y su vocación expresiva.”


N. de la R.: Rodolfo Alonso es poeta, traductor y ensayista argentino. Fue el más joven de la revista de vanguardia poesía buenos aires. Voz reconocida de la poesía iberoamericana. Publicó más de 30 libros. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina, y primero con sus heterónimos en castellano.

Fuente: https://fervor.com.ar http://rodolfoalonso02.blogspot.com

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