Ingmar Bergman (Upsala, 1918–Fårö, 2007) fue un guionista y director de teatro y cinesueco, considerado uno de los directores de cine clave de la segunda mitad del siglo XX y según muchos académicos el más grande director de la historia del cine.
“El séptimo sello”, la obra maestra de Bergman retrata poéticamente los estragos causados por la peste
- Ingmar Bergman ha sido uno de los más grandes e influyentes directores de cine. Su obra debe contarse como una de las más importantes en la historia del llamado “séptimo arte”, en compañía de directores como Tarkovsky, Kurosawa, Antonioni, Spielberg, Orson Welles, Víctor Erice, Billy Wilder, Coppola, Godard y algunos otros más.
La Muerte, en un fotograma de El séptimo sello de Ingmar Bergman
Bergman se caracterizaba por su extrema sensibilidad, afinada en el acompañamiento a su padre a los oficios religiosos. Por ello, ya desde niño, tiene una marcada inclinación a la reflexión, incluso un sentimiento trágico de la vida, la muerte y Dios.
Estas vivencias se asociaron en su infancia a una educación severa y una salud precaria que trajeron aparejadas una disposición mental enfermiza y una inestabilidad de carácter.
Bergman dirigió también más de un centenar de puestas en escena teatrales como especialista en dramaturgos como los nórdicos Strindberg e Ibsen, Shakespeare, Camus, Anouilh, Williams, Pirandello, Molière y Valle Inclán.
En toda su trayectoria se mostró preocupado por la sociedad moderna a nivel de pensamiento, social y artístico.
Pueden advertirse en su filmografía temáticas diferentes pero por encima de ellas hay una: un sentimiento de crisis. Bergman trata de conocer al hombre en un mundo que le es hostil. Plantea la soledad, la melancolía, el absurdo, la alienación y la agresión violenta del hombre roído por la duda, movido por la necesidad de creer en Dios y, al mismo tiempo, obsesionado por el problema de la muerte de Dios.
Para el ser bergmaniano el infierno está en la tierra. El hombre, sin embargo, trata de alcanzar su equilibrio aceptando su situación, refugiándose en consuelos como el sexo, el arte o la fantasía y controlando las relaciones existentes entre la realidad, la imaginación y los sueños.
La salida a esta situación angustiosa la alcanza Bergman por medio de la pureza de los sentimientos, el amor y la comunicación, que simboliza en la relación de la pareja humana y más en concreto en la mujer capaz de dar vida por medio de la maternidad, algo que le aproxima al acto creativo divino.
No obstante, el ser bergmaniano vive en interrogación perpetua sobre el sentido de la vida, el destino del hombre y, como he dicho, la existencia de Dios, única y suprema posibilidad de salvación.
Su cine es un cine de la experiencia humana en línea con la tradición cinematográfica nórdica. El hombre es su objetivo, de ahí la importancia que para este director significa el primer plano de la cámara sobre el rostro de sus personajes.
Se halla también su cine teñido de la filosofía existencialista de Kierkegaard, del protestantismo luterano como trasfondo y del pesimismo de la literatura nórdica, de Strindberg en particular. Su debate entre razón y fe, bien y mal, duda y crisis de ánimo revelan su postura agnóstico – existencial ante la vida y la religión.
La evocación, el monólogo interior y la vuelta al pasado como recursos narrativos de sus películas le relacionan con la novela de la introspección de Proust, Joyce, Mann y Faulkner, y yendo más lejos en el tiempo, con la dramaturgia de Shakespeare. El sentimiento de culpabilidad y las pesadillas de sus personajes con Kafka. Y el valor que da Bergman a la vida onírica con la teoría del psicoanálisis de Jung.
En general, y desde el punto de vista cultural, puede enmarcarse el cine de Bergman en el contexto del movimiento expresionista del siglo XX, en cuanto que es un cine que muestra estados de desesperación muy acordes con la observación de Wörringer de que el expresionismo es una fuerte tendencia de los pueblos del norte de Europa, donde la experiencia del frío aporta inseguridad y temor.
La pareja de titiriteros Jof (Nils Poppe) y Mia (Bibi Andersson), seres puros capaces de encontrar la felicidad
Sobre el El séptimo sello (1956)
Es difícil elegir una sola película para ejemplificar la genialidad de Bergman, pero muchos seguramente optarían por El séptimo sello (1957), su obra maestra de fantasía negra que hoy, en el tiempo en el que la sociedad vuelve a a estar obsesionada, no sin razón, con las epidemias (o lo que antes se conocía como “la peste”), cobra renovado interés, pues es una forma artística de apreciar y dimensionar un tema recurrente.
La obra de Bergman hace referencia al Libro del Apocalipsis, atribuido a Juan de Patmos (posiblemente el mismo Juan del Evangelio) y que, en el canon bíblico del cristianismo, cierra el llamado Nuevo Testamento.
En este texto de corte profético se dice: “Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio que duró media hora y los siete ángeles que tenían las trompetas se pusieron a tocarlas”.
El “séptimo sello” al que se alude es el último en una serie de “seguros” que, en la visión profética de Juan, posee el libro o pergamino que contiene la visión que se le está ofreciendo; cada sello es liberado paulatinamente según el Cordero considere que la visión puede continuar y el contenido de la profecía ofrecerse.
— ¿Vienes por mí?
— He estado mucho tiempo a tu lado.
— Eso lo sé.
— ¿Estás listo?
— Mi cuerpo tiene miedo, pero yo no.
En el caso de la película de Bergman, la historia transcurre en el siglo XIV. El caballero Antonius Blok (Max von Sydow) y su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand), regresan a su país, una Dinamarca devastada por la plaga, de la Cruzada, tras diez años de ausencia.
Suecia se encuentra avasallado por la peste, nada menos que la peste negra, la epidemia más mortal de la historia.
El caballero sobrelleva la preocupación y la duda sobre el sentido de la vida tras la muerte. Reza, pero se interroga, sufre el silencio de Dios.
El escudero, por el contrario, se nos presenta como un ser materialista, escéptico y epicúreo, aunque de buenos sentimientos.
El personaje de La Muerte sale al encuentro del caballero para llevárselo, pero éste le reta a una partida de ajedrez con ánimo de vencerla, obtener de ella información sobre el más allá y hallar un sentido a su existencia, ganando tiempo para realizar una buena acción antes de morir.
La Muerte y El caballero Antonius Blok conversan mientras juegan al ajedrez
En uno de los diálogos más célebres, el caballero Block y la Muerte conversan lo siguiente:
—¿Quién eres tú?
—La muerte.
—¿Es que vienes por mí?
—Hace ya tiempo que camino a tu lado.
—Ya lo sé.
—¿Estás preparado?
—El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Espera un momento.
—Es lo que todos decís, pero yo no concedo prórrogas.
—Tú juegas al ajedrez, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—Lo he visto en pinturas y lo he oído en canciones.
—Pues sí, realmente soy un excelente jugador de ajedrez.
—No creo que seas tan bueno como yo.
—¿Para qué quieres jugar conmigo?
—Es cuenta mía.
—Por supuesto.
—Juguemos con una condición, si me ganas me llevarás contigo, si pierdes la partida me dejarás vivir. Las negras para ti.
—Era lo lógico, ¿no te parece?
La Muerte (Bengt Ekerot) escucha la confesión del atormentado caballero Antonius Blok (Max von Sydow) en un fotograma de la película «El séptimo sello»
En ese espacio elíptico se desarrolla la cinta. El caballero se mueve por el paisaje desolado por la peste (por lo demás, bellísimamente fotografiado) y mientras avanza se va encontrando con los efectos macabros de la Muerte, la protagonista secretamente omnipresente, que siempre lo acompaña. La Muerte le pregunta si ha hecho ya “ese acto significativo”. Algunos han leído la película como una alegoría de Suecia y de la vida misma de Bergman, pero también se podría decir, como de todas las grandes obras, que es una alegoría del tiempo y de nuestra relación con la muerte.
Es en momentos como el actual, en el que nos sentimos abatidos e intimidados por la repercusión en nuestra vida que está teniendo la pandemia provocada por el coronavirus COVID-19, cuando recordamos que esta relación es constante, por más que se reprima.
Bergman plantea el film como un “ensayo de poesía moderna, que traduce la vivencia de un hombre moderno, pero libremente realizado con materiales medievales”. “En mi película -declara Bergman- el caballero regresa de la Cruzada al igual que en nuestros días vuelve un soldado de la guerra. En la Edad Media los hombres vivían atemorizados por la peste y, en la actualidad, por la bomba atómica”. O por un coronavirus que nos ponga a todos en jaque…
Fuente: https://culturainquieta.com/es/