En 1818, la teoría de un extravagante pedagogo francés provocó una revolución en el rígido universo de la educación europea: “Quien enseña sin emancipar embrutece”, predicaba Joseph Jacotot.
Todo hombre, todo niño, postulaba, tiene la capacidad de instruirse solo, sin maestro. El papel del docente debe limitarse a dirigir o mantener la atención del alumno. Jacotot proscribía a los maestros “explicadores” y proclamaba como base de su doctrina ciertas máximas paradójicas con las que se ganó virulentas críticas: todas las inteligencias son iguales. Quien quiere puede. Es posible enseñar lo que se ignora. Todo existe en todo.
Un siglo y medio después, el filósofo Jacques Rancière consagró un libro, El maestro ignorante, a ese personaje singular, alternativamente revolucionario, capitán de artillería, profesor de química, latinista y fundador de un corpus teórico bautizado “la educación universal”.
El tema no podía ser más apropiado para Rancière que, a partir de la experiencia de Jacotot, analiza los principios de su teoría y los compara con el sistema educativo y social moderno, basado en la admisión de la desigualdad entre saber e inteligencia.
Alumno de Louis Althusser, Rancière participó en la redacción de Para leer El Capital (1965), antes de alejarse y cuestionar la doctrina de su maestro en La lección de Althusser (1974). A partir de 1970, se lanzó de lleno en lo que sería desde entonces su línea de investigación: los lazos entre política y estética.
En más de treinta libros, ese hombre discreto y tímido de 68 años, apasionado cinéfilo, dueño de una inmensa cultura y de una temible complejidad intelectual, analizó las representaciones tradicionales de lo social y los procesos de emancipación de la clase obrera.