Borges y el poeta ladrón

“¡Nadie es perfecto, mi viejoAunque haya sido ladrón y uno de los reyes del hampa, el “Pichón” Laginestra (¡Dios lo tenga en la gloria que bien se lo merece!), fue todo un personaje, un hombre de honor y bien intencionado; sobre todo por lo generoso que fue con la gente pobre y con sus amigos necesitados. Una suerte de Robin Hood contemporáneo; y además por su poesía, che, que, como escribió Neruda, ‘sale dando gritos’ y es para tenerla en cuenta!”, así enfatizó ante mí el erudito y experto en vidas Norberto Silvetti Paz. Para hacer esta afirmación nuestro amigo (“el Negro Silvetti”, o el “doctor Silvetti Paz” como le decíamos sus íntimos y los no tanto), se basaba en incuestionables razones, que bien lo justifican.

Y acto seguido, con voz grave y quebrada, empezó a recitar el poema “Desamparo” de “Pichón” Laginestra:

Y digo yo, preguntándome al boleo,

como diciendo tonteras.

¿En qué mundo vivimos los humanos?

¿Somos piedras o rocas o cualquier porquería

brotada en un siniestro basural?

De tal forma, me digo en consecuencia,
¿no sería hora de que cambiáramos este mundo de ignominias

para iniciar una amplia campaña
por los sufrientes humanos?

Tan mundo de opereta no merece

vivirse, amigos míos.

Esto viene a cuento porque la perla de aquella semana fue la cena que tuvimos en un restaurante del barrio de Monserrat, con el poeta-ladrón“Pichón”Laginestra, en compañía-nada más ni nada menos- que de Borges y otros amigos entre los que se encontraban el pintor Antonio Berni, que era rosarino y conocedor de toda la familia, Bernardino Rivadavia (chozno), el locutor Antonio Carrizo, León Benarós y el que ahora empuña lanoteboock para rememorar aquella experiencia.

Empiezo por contar algunos pormenores de la ardua existencia de “Pichón”, un ampón letrado, buen lector de Borges y Neruda, de Chesterton y Raymond Chandler, poeta y memorioso, que algunos también llamaban “El Justiciero”.

Yo fui quien le propuso al autor de El Aleph, conocer a este célebre delincuente, dueño de un prontuario que, paso a paso,iremos detallando.

Usted ha dicho que jugaba al truco con don Nicolás Paredes, el guapo de Palermo, ¿qué le parece cenar esta noche con un auténtico asaltante, un hombre de averías que desvalijó varios bancos y ha pasado buena parte de su vida en prisión; eso sí, fugándose la mayoría de las veces?¿Si le interesa conocer a “Pichón” Laginestra, Silvetti Paz y Rivadavia nos invitan, Borges?

Pero claro que me interesa, mientras no nos asalte a nosotros yo no tengo problemas. Usted me conoce bien, Alifano; no en vano soy autor y buen lector del género policial. Ahora conocer a una persona así también le puede interesar a Adolfito y a Silvina. Si es un malandra de confianza ellos lo pueden invitar a cenar en la casa. Les va a encantar. En lo de los Bioy conocí a un tal “la Garza” Sosa, otro famoso personaje de averías”.

A la hora convenida con Carrizo y Rivadavia pasamos a buscar a Borges, que brincaba de alegría.

Un buen porteño debe conocer ladrones y policías”, enfatizó Carrizo.

Yo coincido con ese punto de vista”, aceptó Rivadavia.

Yo también lo comparto -comentó Borges, con una sonrisa pícara-. Es una pena que Adolfito no esté en Buenos Aires, a él le hubiera encantado tomar contacto con otro personaje del hampa; para un escritor es un banquete literario”.

A la hora convenida nos encontramos con todo el grupo para compartir la cena. “Pichón” Laginestra no lo podía creer y lloraba de la emoción. Durante sus largas temporadas en prisión, como ya señalé, la obra de nuestro escritor lo había acompañado. Era todo un erudito en Borges y se sabía de memoria buena parte de sus poemas.

“¿Me han comentado que usted es un ladrón justiciero como Arsenio Lupin, el personaje de Maurice Leblanc, o François Villon?”, le comentó mientras le sostenía la mano en un gesto de complacente amistad.

“¡Se hace lo que se puede, señor! -acepto “Pichón, con un respeto casi sagrado y una risita llena de complicidad, mientras abría los brazoscomo pidiendo disculpas-.Soy una persona solidaria que considera que la riqueza está mal distribuida y, a mi manera, he tratado de hacer justicia y el bien a los demás”.

Hay un famoso refrán que dice que aquel que roba a un ladrón tiene cien años de perdón -interrumpió Borges-. Es una expresión que usaba mi madre con cierta frecuencia. Yo coincido con eso”.

Y este hombre que nos acompaña en la mesa es bien de la pesada, pero con códigos, Borges -intervino el maestro Berni-. Por eso mucha gente lo apoda ‘el justiciero’, o ‘el gran “Pichón’ porque nunca robo a los pobres sino que, como sin duda lo hizo Jesucristo, le sacudía a los ricos para repartir entre los pobres”.

Eso habla bien de vos Pichón”, asintió Bernardino con una mueca y la alegre palmadita en la espalda.

“Pichón era un tipo entrador y de notable simpatía; un personaje que había pasado por todas y se sentía representado en los tangos de Discépolo y Cadícamo y, ni qué decir de Escaris Méndez, el autor de “Barajando”, íntimo de León Benarós, que empezó a entonar los versos bien lunfardos del tema grabado por Carlos Gardel y Edmundo Rivero:

Con las cartas de la vida por mitad bien marquilladas,

como guillan los malandros carpeteros de cartel,

mi experiencia timbalera y las treinta bien fajadas,

me largué por esos barrios a encarnar el espinel.

Ayudado por mi cara de galaico almacenero

trabajándose a la sierva de una familia de bien,

y mi anillo de hojalata con espejo vichadero,

me he fritado muchos vivos, como ranas al sartén…

En el naipe de la vida, cuando cartas son mujeres,

aunque lleve bien fajadas pa’l amor las treinta y tres,

es inútil que se prendan al querer con alfileres,

si la mina no es de un paño, derechita y sin revés.

Algunos detalles de la menos rica que empantanada biografía de “Pichón”, aseguran que nació en Coronel Bogado (departamento perteneciente a la ciudad de Rosario) un 8 de enero de 1937, siendo bautizado con el nombre de Juan José Ernesto Laginestra. También se lee en prontuario que debutó oficialmente en el delito a la edad de 23 años, en un famoso robo en su ciudad de origen, al llevarse una fortuna equivalente a los 500 mil dólares. Tras ese asalto participó en numerosas bandas ocupando cargos cada vez de mayor importancia, hasta pasar a ser capo de una organización delictiva que actuaba en todo el país. En 1967 fue detenido y condenado a 18 años de reclusión bajo la acusación de robo y homicidio.

Hasta ese momento sus asaltos más famosos ya integraban una lista, que tejían toda una fábula alrededor de su persona. Luego de esa primera detención, parece que en los interrogatorios “Pichón” dejó entrever que tenía guardado muchísimo más dinero, pero nunca confesó en qué lugar; ahí nació “la leyenda del famoso tesoro de Laginestra”.

En 1968, a la semana de entrar en la cárcel de Rosario, intentó evadirse pero fue atrapado; a los 2 meses lo intentó de nuevo, hasta que en diciembre de ese año (“el que persevera, concreta su propósito”, bromeaba), durante un cambio de guardia, después de medianoche, el muchacho se las arregló para abandonar la celda aislada, en la que lo requisaban cada 24 horas, al encontrarse (“por un lamentable descuido vaya uno a saber de quién”), con el candado abierto, por fuera y la cama tendida, con un revólver bajo la almohada, que él adosó a su cintura, dejando bultos que simulaban su propio cuerpo dormido. Nadie se explicaba cómo consiguió la soga de casi 10 metros de largo con la que se descolgó por el muro de la cárcel, para huir luego, tras sortear la ráfaga de ametralladora que los guardianes de mala puntería le dedicaron tiernamente desde su torre (“Asuntitos de soborno”, sonrió nuestro invitado. “Muy apreciados por la policía y la justicia”.

Ni qué decir que rápidamente “Pichón” volvió a la carga. Organizó a su banda y puso manos a la obra en otro de sus ya tradicionales asaltos; en este caso fue al Banco Popular Argentino, de la ciudad de Buenos Aires y luego al Banco Nación del barrio rosarino de Arroyito.

“Si quiere le cuento algunos detalles, maestro”, le dijo a Borges al oído. “Puede ser interesante para algunos de sus cuentos. Yo, modestamente, lo hago rememorando esas cuestiones con no menos entusiasmo”.

Los poemas de “Pichón”, quizá se perdieron irremediablemente. Rivadavia y Silvetti los atesoraban, pero los amigos no tuvimos la prudencia de rescatarlos en vida de ellos. Ni que decir que en lo personal nuestro invitado era todo un caballero; no sólo en el trato íntimo sino, además, por la cordialidad con que trataba a sus víctimas durante los robos. Esto lo convirtió en un hampón no sólo popular sino por demás educado durante esas épocas de duros aprietes.

Volviendo a su prontuario, el 13 de enero de 1969 lo encontró la policía aquí, muy cerca del centro de Buenos Aires, en un conventillo de la calle Azopardo al 900 y lo detuvo sin resistencia, el muchacho tenía sus códigos y a pesar de que nada lo intimidaba, se dejó apresar mansamente; algunos allegados dijeron que había tomado mucho whisky, y otros que estaba drogado. “Mentiras, puras mentiras -se atajó ante nosotros “Pichón”-; jamás me emborraché ni menos aún consumí drogas. Yo les puedo afirmar que ni una cosa ni la otra. Como siempre fue un arreglo con la policía. Después el juzgado de turno para justificarse, porque también estaba en el arreglo, hizo correr esa pelota”. En menos de un mes nuestro amigo salió de la cárcel; eso sí, con confesión ante la ley sagrada, en este caso representada por el sacerdote villero GilbertoSegurola Mitre, otro de sus grandes y más respetados amigos.

De todas maneras su cadena de robos fue increíble. En la década siguiente se vuelve a fugar, vuelve a la cárcel y se fuga de nuevo. Esta cadena de grandes asaltos y, por ende, de escurridizas fugas, formaría parte de lo que luego se denominó “los Piratas del Asfalto”(robos a camiones cargados de diversas mercancías, “si era de dinero mejor”, que en algunos casos desaparecían como por arte de magia) y distintos secuestros extorsivos en las provincias de Córdoba y Santa Fe. “Siempre a personajes riquísimos y más delincuentes que yo, mis compinches y todos ustedes juntos”, nos aclaró “Pichón”.

El modus operandi, sin duda, muy particular que tenía en sus robos era por aquel entonces, siempre un misterio para los uniformados, hasta que se descubrió que tenía un extraño camión que había mandado a adaptar para que le sirviera en sus fines delictivos.Se trataba de un camión de tanque petrolero, con una abertura secreta entre los ejes, que le daba acceso a un habitáculo que usaba de refugio después de robar. Adentro de lo que se suponía llevaba cientos de litros de vino en realidad había cómodas camas, un bar, comida, bebidas y todo lo necesario para que cinco hombres cruzaran hacia la provincia de Santa Fe tranquilos mientras la policía los buscaba hasta con helicópteros. El vehículo llevaba impreso la imagen del dibujo animado “El pájaro loco” y era un auténtico “aguantadero móvil”.

Los últimos años de “Pichón” fueron en prisión, interrumpidos por su último escape de la Cárcel de encausados de la provincia de Córdoba un 25 de mayo de 1973, el Día de la Patria, cuando mezclado entre los presos políticos liberados por el gobierno de Héctor J. Cámpora, nuestro caco ganó la libertad.

Yo no me meto con nadie”, dijo en una oportunidad. “Vivo y dejo vivir; sin embargo, los periodistas de Buenos Aires insisten en hacerme tan famoso como Borges o Maradona… A mí, que soy un simple muchacho de provincia que jodo solo a los que tengo la obligación de joder; los piolas que se creen elegidos y son pobres basuras insensibles”.

Para esa época “Pichón” fue presentado a nuestros amigos al “Negro” Silvetti Paz y a “Dino”Rivadavía (chozno); aclaro queRivadavia era un jerarca dela porteña barriada de“Caferata”, cuya casa era una suerte de disimulado aguantadero. Ambos, personas sabias, leales y generosos amigo de sus amigos; vale decir, de policías y ladrones, como le cabe a todo buen porteño, según la sabiduría del “Flaco” Carrizo, otro ser maravilloso que, agreguemos, tambiénse la pasó intimando con esa raza especial y, sobre todo, con el célebre “Pichón” a quien hizo una larga y polémica entrevista radial.

En nuestra noche, me refiero a la cena, los diálogos y los brindis que se sucedieron fueron memorables. Se habló de todo, pero el centro de atención fue nuestro invitado a quién Borges, con un entusiasmo juvenil, ametralló con preguntas. Una pena que los poemas de “Pichón” no se hayan conservado. Esa noche, nuestro amigo abusó leyendo varios que el maestro de El Aleph aprobó solemnemente, asintiendo con la cabeza. Las muertes sorpresivas de Rivadavia y del “Negro” Silvetti, que afirmaban tener esos textos se fueron con ellos a la tumba. Yo no pierdo la esperanza de que alguna vez aparezcan.

Un 7 de noviembre de 1986, cuando se estaba pagando la quincena en la fábrica de medias Silvana, de la ciudad de San Martín, tres ladrones intentaron llevarse el pago. Quedó registrado que iban en un Ford Taunus, robado en la Capital Federal. Se enfrentaron a la policía en la Avenida General Paz y Boulevard Ballester. Dos murieron. Uno era Néstor Eduardo Pascual, de 27 años, discípulo del asaltante justiciero, que ya empezaba a cobrar fama, y el otro Juan José Ernesto “Pichón” Laginestra. Tenía 49 años y se sumó a los más de un año después que su admirado Jorge Luis Borges.

Fuente: Roberto Alifano para https://www.elimparcial.es

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