A Sherlock Holmes, Jorge Luis Borges

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires1899Ginebra1986) fue un escritor de cuentosensayos y poemas argentino, extensamente considerado una figura clave tanto para la literatura en habla hispana como para la literatura universal. Sus dos libros más conocidos, Ficciones y El Aleph, publicados en los años cuarenta del siglo XX, son recopilaciones de cuentos conectados por temas comunes, como los sueños, los laberintos, las bibliotecas, los espejos, los autores ficticios y la mitología europea, con argumentos que exploran ideas filosóficas relacionadas, por ejemplo, con la memoria, la eternidad, la posmodernidad y la metaficción. Las obras de Borges han contribuido ampliamente a la literatura filosófica, al género fantástico y al posestructuralismo. Según marcan numerosos críticos, el comienzo del realismo mágico en la literatura hispanoamericana del siglo XX se debe en gran parte a su obra.  

Sherlock Holmes es un detective privado de ficción creado en 1887 por el escritor británico Sir Arthur Conan Doyle. Es un personaje inglés de finales del siglo XIX que destaca por su inteligencia, su hábil uso de la observación y el razonamiento deductivo para resolver casos difíciles. Es protagonista de una serie de cuatro novelas y cincuenta y seis relatos de ficción, que componen el «canon holmesiano», publicados en su mayoría por The Strand Magazine. Holmes es el arquetipo de investigador cerebral por excelencia e influyó en gran medida en la ficción detectivesca posterior a su aparición. Aunque se considera a Auguste Dupin, creado por Edgar Allan Poe, como un personaje predecesor muy similar, la genialidad excéntrica de éste no alcanzó la enorme popularidad que Holmes y su autor alcanzaron en vida.

No salió de una madre ni supo de mayores.

Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.

Está hecho de azar. Inmediato o cercano

lo rigen los vaivenes de variables lectores.

No es un error pensar que nace en el momento

en que lo ve aquel otro que narrará su historia

y que muere en cada eclipse de la memoria

de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.

Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.

Ese hombre tan viril ha renunciado al arte

de amar. En Baker Street vive solo y aparte.

Le es ajeno también ese otro arte, el olvido.

Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca

y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.

El hombre solitario prosigue, lupa en mano,

su rara suerte discontinua de cosa trunca.

No tiene relaciones, pero no lo abandona

la devoción del otro, que fue su evangelista

y que de sus milagros ha dejado la lista.

Vive de un modo cómodo: en tercera persona.

No va jamás al baño. Tampoco visitaba

ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca

y que no sabe casi nada de esa comarca

de la espada y del mar, del arco y de la aljaba.

(Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera

diremos de aquel justo que da nombre a los versos

que su inconstante sombra recorre los diversos

dominios en que ha sido parcelada la esfera).

Atiza en el hogar las encendidas ramas

o da muerte en los páramos a un perro del infierno.

Ese alto caballero no sabe que es eterno.

Resuelve naderías y repite epigramas.

Nos llega desde un Londres de gas y de neblina

un Londres que se sabe capital de un imperio

que le interesa poco, de un Londres de misterio

tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.

No nos maravillemos. Después de la agonía,

el hado o el azar (que son la misma cosa)

depara a cada cual esa suerte curiosa

de ser ecos o formas que mueren cada día.

Que mueren hasta un día final en que el olvido,

que es la meta común, nos olvide del todo.

Antes que nos alcance juguemos con el lodo

de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una

de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte

y la siesta son otras. También es nuestra suerte

convalecer en un jardín o mirar la luna.

Fuente: https://elbuenlibrero.com

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