En Finlandia, los niños comienzan la escuela a los siete años. Allí entienden que la infancia es sagrada y que el aprendizaje florece mejor cuando se respeta su ritmo natural. Allí creen que no hay prisa para aprender a leer o a escribir, porque primero está lo más importante: que el niño descubra la alegría de la vida, que aprenda a convivir con otros, a observar la naturaleza, a usar la imaginación.
Cuando por fin llegan a la escuela, no van cansados ni forzados, sino con la curiosidad intacta y la mente despierta. Y quizás ese sea uno de los secretos por los que su educación es una de las más admiradas del mundo.
El sistema educativo finlandés es admirado en todo el mundo por su enfoque humano y equilibrado. Cada clase dura 60 minutos, de los cuales solo 45 se dedican al estudio. Los 15 restantes son para descansar, porque también se aprende jugando, respirando y simplemente siendo niño.
De lunes a jueves, la jornada escolar puede extenderse hasta ocho horas, pero los viernes termina a la 1 de la tarde. Y no hay clases los sábados. Porque la educación no debe robar la vida.
En Finlandia, todo es gratuito. Las familias no pagan por los libros, el material escolar ni los dispositivos. Cada alumno recibe una tableta con todos sus textos en formato digital. No hay mochilas pesadas ni costos ocultos. Tampoco hay hambre en clase: todos los estudiantes reciben comida ilimitada, variada y saludable, también gratuita.
Para Finlandia, invertir en educación significa invertir en el futuro. Y lo hacen con convicción. Saben que un pueblo educado no solo es más productivo, sino también más justo, más sano y más libre. La igualdad de oportunidades no es un eslogan: es una política de Estado.
Mientras que en muchos lugares la escuela se convierte en una carga, en Finlandia sigue siendo lo que debería ser en todas partes: una promesa de futuro.
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