jueves, marzo 28, 2024
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La vida sin música sería un error

Jeroen Van Veen, es un pianista holandés que publicó recientemente ‘Nietzsche piano music’. Durante gran parte de su vida, el autor de ‘Así habló Zaratustra’ prefirió la música como la mejor manera de comunicarse con el mundo. Ahora, este disco redescubre las obras para piano que escribió.

Nietzsche decía que la música era un hechizo. Una bruja que pervierte y absorbe. Y que no tenía nada que ver su procedencia con las musas ni las sirenas, como decían otros filósofos.

La música, decía el divino Friedrich, es trágica y melancólica. Y estaba seguro de que nunca había conocido un filósofo que en esencia hubiera sido un músico. Él se proclamaba a sí mismo como una excepción. Así que le escribió a su amigo y confesor Peter Gast: «La vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio». Era el año 1877, en septiembre. Nietzsche tenía sólo 33 años y le faltaban 23 para morir. 140 años después, el pianista holandés Jeroen van Veen acaba de entregar el intento más serio por difundir las composiciones del filósofo en un disco llamado Nietzsche. Piano music.

Algunos datos bien conocidos: Nietzsche nació con un talento esencial. Con tan sólo 14 años fue admitido en la reconocida escuela Schulpforta de Naumburgo. Allí, no le costó aprender a tocar el piano con buena técnica, amén de aprender a escribir música.

¿Cuales eran las influencias de aquel Nietzsche aprendiz de músico? El estudiante, obsesionado con la historia de la cultura alemana, devoraba el canon clásico: Bach, Haendel, Beethoven, Mozart… Pero fue algo más visceral lo que hizo que se enamorara de Wagner. Más adelante se enfrentaría a él con pasión.

En 1868, con 24 años, Nietzsche conoció a Richard Wagner en Basilea, poco después de que le declaran inútil para el servicio militar por una caída de caballo en Naumburgo.

Durante unos cuantos años, el compositor y el estudiante fueron muy amigos. Discutían e improvisaban música juntos. Friedrich se convirtió en un asiduo visitante en Wahnfried, la casa de Richard. Llegado un punto Wagner, le proporcionó una habitación propia en su residencia. Hasta que un día de nuevo año, ni Wagner ni su esposa Cosima quisieron darle cobijo. Para ellos, Nietzsche se había acabado.

Aquel agravio íntimo hizo que el admirador empezara a odiar a su ídolo. Nietzsche veía en Wagner el símbolo por excelencia de lo que aborrecía y temía por decadente, populista, demagógico y vulgar. En definitiva, derivaba a Wagner el desprecio popular que había caído sobre su otro ídolo, Schopenhauer, deshonrado en aquella época.

Su filósofo favorito proclamaba que la música era la auténtica expresión del mundo. Y aún con el odiado Wagner en el dial del cerebro, Nietzsche escribió pequeñas composiciones musicales, lieder, esbozos al piano. Reflejos de su filosofía melancólica como ser humano, vulnerable y familiar. Por ejemplo, puso música a un poema de su tía Rosalie. Escribió Heldenklage justo cuando rompía como filósofo.

Es posible que él mismo se creyera más músico que pensador, porque le pidió que orquestara su música al director Hans Von Bullow, marido de la hija de Liszt, Cosima, y luego esposa de Wagner. Le había presentado su Obertura de Manfred. ¿Qué le contestó Von Bulow? Le dijo que Nietzsche despreciaba todas las reglas de la composición, incluso que se saltaba las más elementales leyes de la armonía. La partitura llegó a manos de Robert Schumann. Se burló tanto de ella que incluso hizo una parodia a la que puso el nombre de Manfred meditación. Estábamos en el remoto año de 1874.

Entonces, Nietzsche se revolcó en su propio ego. En Ecce Homo escribe que lo único que se exige a sí mismo es su trabajo en la música. En su egocentrismo llegaba a escribir que no admitiría que jamás un alemán pudiera llegar a saber lo que era la música. Sólo él. Se sentía no-alemán, como si peleara una lucha fratricida en su subconsciente por aproximarse como pianista a la música del polaco-francés Frédéric Chopin.

En la actualidad, se conocen más las anécdotas entre Nietzsche y Wagner que las propias composiciones. Muchas de ellas se hubieran perdido si al musicólogo Curt Paul Janz no se le hubiera ocurrido empezar a recopilar los trabajos musicales de Nietzsche, allá por los años 70 del pasado siglo. A finales de aquella década se publicó Der musikalische Nachlass («La finca musical» en alemán), un conjunto de obras completas e incompletas del filósofo. La conclusión del expediente fue que donde Nietzsche no llegaba con la palabra, llegaba con su música.

A los 44 años, Friedrich Nietzsche sufrió su gran colapso cerebral. Nunca se recuperó. Durante sus últimos 11 años de vida no pudo hablar ni escribir, pero si tocaba el piano, la única luz que tenía en su cerebro.

Con el tiempo hemos llegado a comprender que su obra El nacimiento de la tragedia se subtitulaba A partir del espíritu de la básica por algo. El ateo Nietzsche llegó a sentenciar que la vida deseada por el Creador no tendría sentido sin la música, porque sin música la vida sería un error. Lo mismo que sin el amor, sin la gracia y el poder absoluto, Dios no sería Dios. Sería «ese concepto fallido». Casi un diablo cojo. Decía: «Dios ha muerto». Por eso, para Nietzsche la música es la justificación del mundo y de la vida.

Nunca sabremos si Nietzsche quiso más al mundo de las siete notas o al otro amor de su vida, Lou Andreas-Salomé. El alma humana parece que fue para él más importante que los standards musicales. Por eso buscaba irremediablemente innovar estilos musicales. Quizá su obra maestra en ese sentido fuera Monodie a dux, un pequeño musical escrito para dos almas amigas que se iban a casar.

Himnos, marchas y mazorcas

Podemos tener piedad por las composiciones de Friedrich Nietzsche. O podemos no tenerla como hicieron sus colegas musicales, mejor dotados que él para la escritura. Lo cierto es que no han dejado un poso sobresaliente o perdurable. El filósofo era un gran aficionado, con ciertas competencias para imaginar meodías, pero jamás para habría podido llegar al nivel de su crítico Robert Schumann y mucho menos al de su amigo/enemigo Wagner.

Aún así, Nietzsche Piano Music, de Jeroen Van Veen (editado con el sello de Billiant Classics), es una experiencia interesante y no sólo porque despierte la curiosidad intelectual de los lectores de Filosofía. Es un buen tributo al Nietzsche compositor, que incluye 19 piezas entre himnos, marchas, y hasta mazorcas. Quien quiera saber más del fílósofo como músico, puede continuar por un excelente libro de Blas Matamoros, titulado Nietzsche y la música.

De todo ello se deduce que para Nietzsche la composición era algo más que su propia vida. Era el estimulante de su vida. Como la de muchos de nosotros.
Fuente: Julián Ruiz para https://www.elmundo.es/

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