La hipertensión arterial es el factor de riesgo cardiovascular más frecuente. Sin embargo, a pesar de su elevada prevalencia, tiene un escaso control. Según la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial el 38,8 % de la población no conoce sus valores de presión arterial, y del resto sólo el 24,2% sigue un tratamiento y la controla.
A largo plazo, los pacientes con hipertensión arterial desarrollan un aumento del tamaño de su corazón, un problema conocido como hipertrofia cardíaca (HC) patológica, que deteriora su función y puede llevar a insuficiencia cardíaca.
Las alteraciones que caracterizan a este tipo de HC son: aumento del tamaño de los cardiomiocitos, fibrosis, disminución de la densidad vascular y muerte celular, entre otras. Otras alteraciones miocárdicas que se han reportado en este contexto son el aumento del estrés oxidativo y cambios en la fisiología mitocondrial. En conjunto, dichas modificaciones contribuyen al deterioro de la función ventricular y su progresión a insuficiencia cardiaca (IC).
Un equipo de científicos del Centro de Investigaciones Cardiovasculares (CIC) perteneciente a la Universidad Nacional de La Plata y al CONICET que estudia los efectos beneficiosos del ejercicio físico sobre el corazón demostró que el factor de crecimiento similar a insulina 1 (IGF-1), al mejorar la estructura y función cardiaca es capaz de convertir el corazón hipertrófico enfermo en uno sano parecido al corazón del deportista al mejorar la estructura y función cardiaca.
La Dra. Alejandra Yeves explicó que: “en la búsqueda de hormonas que inducen efectos protectores sobre el corazón, encontramos que la apelina, una hormona hipotensora (es decir, que reduce la presión arterial) que aumentaba en la circulación durante el ejercicio, producía efectos similares al IGF-1”.
Las evidencias experimentales les permitió publicar recientemente los resultados del estudio en la revista de divulgación científica: Journal of Physiology and Biochemistry. La investigadora detalló que: “demostramos en un modelo experimental de ratas hipertensas, que los efectos beneficiosos de IGF-1, como disminuir el estrés oxidativo y mejorar la función mitodoncial, son mediados por la apelina.”.
Actualmente, la Dra Yeves y su equipo de trabajo en el CIC ( conformado por Claudia Caldiz, Andres Medina, Erica Pereyra e Irene Ennis) y con la colaboración de otra investigadora de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, la Dra Mariela Gironacci, están estudiando el mecanismo molecular por el cual la apelina puede intervenir en el eje presor responsable del desarrollo de hipertensión: el sistema renina angiotensina aldosterona (SRAA).
El SRAA, juega un papel clave en el control de la presión arterial y en el desarrollo de la hipertensión. Particularmente, dentro del SRAA podemos destacar el rol que juega la angiotensina II (AngII), la cual contribuye a aumentar la presión arterial. Sin embargo, esta sustancia puede convertirse en angiotensina-(1-7), por acción de la enzima convertidora de angiotensina 2 (ECA2), la cual contribuye a disminuir la presión arterial.
“Evidencias científicas de nuestro laboratorio y otros descubrieron que la apelina también tiene un efecto positivo sobre el corazón, reduciendo la presión arterial y previniendo la hipertrofia. Actualmente estudiamos si la apelina puede favorecer el eje ´bueno´ de la angiotensina-(1-7) a expensas de disminuir el eje ´malo´ de angiotensina II,” detalló la investigadora de la UNLP.
Los hallazgos de esta investigación podrían llevar al desarrollo de nuevos tratamientos que imiten los efectos beneficiosos del ejercicio y ayuden a controlar la hipertensión de manera más efectiva. A su vez, el trabajo remarca la importancia de entender el ejercicio como una herramienta clave en la mejora de la salud cardiovascular.
En resumen, el estudio de moléculas como la apelina y la angiotensina-(1-7) ofrece nuevas esperanzas para el tratamiento de enfermedades del corazón, especialmente la hipertensión, y destaca la importancia de la investigación científica en la lucha contra las enfermedades cardiovasculares.
El trabajo original fue publicado en 2024 en el Journal of Physiology and Biochemistry con autoría de Alejandra Yeves, Joshua Godoy Coto, Erica Pereyra, Andrés Medina, Luisa González Arbelaez, Fiorella A. Cavalli e Irene Ennis.
Fuente: www.unlp.edu.ar