Nippur de Lagash fue un ícono de la edad de oro de la historieta argentina, un personaje que marcó a fuego a varias generaciones de lectores. Se evoca acá su increíble historia y la de su autor, un creador con vida de película llamado Robin Wood.
Durante buena parte del siglo XX, la Argentina fue un país de historietas. Cada semana, los kioskos se llenaban de centenares de miles de revistas como El Tony, Intervalo, Aventura, D´Artagnan, Hora Cero, Skorpio y tantas otras, que eran esperadas con fervor casi religioso por millones de lectores de todo el país.
Mucho antes de que la TV y, luego, la web y los smartphones, decretaran la dictadura de las pantallas, el entretenimiento popular tenía textura de papel y olor a tinta fresca. La “edad de oro” de la historieta argentina fue larga (se extendió al menos entre las décadas de 1940 y 1980) y dio vida a un panteón de personajes inolvidables como Don Fulgencio, Patoruzú e Isidoro, Lindor Covas, Pepe Sánchez, Gilgamesh, Ernie Pike, Bárbara… nombres que no le dirán mucho a la generación millenial, pero que despiertan un travieso brillo en los ojos de cualquiera que ya haya cumplido los 40.
De ese magma brotaron también íconos de la cultura argentina como Mafalda y El Eternauta. Y de allí surgió también Nippur de Lagash, el más grande héroe de nuestra historieta, una de las ficciones más leídas y celebradas de su tiempo. Nippur fue una tira mítica, que se publicó casi ininterrumpidamente durante más de 30 años, con 473 episodios y 5.600 páginas, y su recuerdo todavía está grabado a fuego en la memoria de miles de argentinos y argentinas.
Sus creadores fueron el guionista de origen paraguayo Robin Wood y el dibujante Lucho Olivera, dos tipos enloquecidos por las tiras de historietas, que compartían además una pasión bastante extravagante: las lecturas y la fascinación por el imaginario de las civilizaciones de la Edad Antigua, los faraones del antiguo Egipto y, por sobre todo, los guerreros de la gloriosa Sumeria.
Publicadas por primera vez 1967, las aventuras de Nippur tuvieron uno de los recorridos más exitosos y longevos de la historieta argentina, vivieron altos y bajos, etapas de popularidad frenética y temporadas de olvido, diferentes dibujantes y guionistas, gruesos libros de oro y revistitas raquíticas, hasta que en 1998 pasó casi desapercibida por los kioskos su última tira. Fueron más de 30 años, que comenzaron como suelen comenzar las grandes historias épicas: con un héroe que es lanzado al exilio y comienza una larga marcha de redención y venganza.
Nippur es el nombre de una milenaria ciudad sumeria. Allí nacieron los padres del héroe creado por Wood y Olivera y en honor de su tierra natal bautizaron a su hijo, que con los años se convertiría en general de los ejércitos de la ciudad de Lagash, de ahí que fuera conocido como Nippur de Lagash. El devenir de la tira comienza en el invierno de 1966, cuando la editorial Columba aprueba el primer guión del entonces absolutamente desconocido Robin Wood, un unitario bélico titulado ‘’Aquí la retirada’’, dibujado por su amigo ‘’sumerio’’ Lucho Olivera. El segundo guión que realizan juntos aparecería en el número 151 de la revista D´Artagnan, y es ya la primera aventura “oficial” de Nippur, que narra la caída de Lagash en manos del tirano Luggal-Zaggizi de Umma. El jefe de los ejércitos de Lagash, un guerrero feroz pero justo, es Nippur, quien junto a su amigo Ur-El de Elam (un gigantesco prisionero, unidos por una relación de respeto y admiración) huyen de la ciudad tomada. Juran algún día regresar y vengarse, pero antes deberán vivir un sinfín de aventuras.
De la nada a la gloria
Puede que suene como tal, pero Robin Wood no es un seudónimo. Es el nombre real de uno de los grandes guionistas de historieta de todos los tiempos y todas las geografías.
Maestro de los maestros del cómic épico y de estilo realista, el creador de Nippur es también padre de Dago, otro personaje de enorme raigambre popular en la Argentina del siglo XX, que también enamoró a lectores de países como Italia, donde sus aventuras se consideran casi como un clásico propio.
Descendiente de inmigrantes irlandeses que venían escapando de Australia, perseguidos por sus ideas socialistas, Robin Wood nació en 1944 en una colonia agrícola del Paraguay profundo. Su padre nunca estuvo y su madre era una humilde empleada doméstica cuyo esfuerzo cotidiano no alcanzaba para asomar la cabeza por encima de los márgenes de la pobreza y durante temporadas debió dejar a su hijo al cuidado de su abuela. Lector voraz de todo lo que cayera en sus manos, Wood se fue haciendo a sí mismo: fue changarín, campesino maderero, ayudante de camioneros. Entre idas y vueltas de Paraguay a la Argentina, el final de la adolescencia lo encontró en Buenos Aires, estudiando Bellas Artes impulsado por la ilusión de ser algún día como su admirado Oesterheld. Allí, la mano invisible del destino lo empujó a trabar amistad con Lucho Olivera, que ya era uno de los dibujantes más prometedores de Columba, la principal editorial de historietas de aquellos tiempos dorados del género.
Al igual que haría Frank Miller mucho tiempo después, durante los años 80, con su archi famoso cómic 300 (que inspiró la película de Zack Snyder y aquello de ‘’¡Esto es Esparta!’’), Wood y Olivera se remontaron a los relatos de guerreros, reyes y amazonas de la Antigüedad y los convirtieron en carne de historietas. El desafío era, desde aquellas viejas leyendas, dar vida a aventuras capaces de enganchar a lectores contemporáneos. Y vaya si los engancharon.
Tras la publicación del primer episodio concebido bajo la estrategia del ‘’que salga una vez y a ver qué pasa’’ los lectores inundaron de cartas a la oficina de Columba pidiendo la continuidad del personaje. El pobre Robin Wood, que ganaba una miseria como operario en una fábrica y estaba al borde de una debacle anímica y económica, casi rompe en llanto cuando recibió el primer cheque de Columba y el pedido de que llevara cuanto antes todo el material que tuviera entre manos. Y así se inició la primera era de Nippur , que se extendió hasta comienzos de la década de 1970, en la que Nippur y el inseparable Ur-El vagan por los caminos de la Mesopotamia, Egipto y las orillas del Mediterráneo sentando la primera constelación de personajes que componen el universo de la tira: Teseo (a quien ayudan a ponerle el lazo al Minotauro), la hermosa Nofretamón, princesa de Egipto, de quien Nippur cae enamorado y, por sobre todo, Sárgon de Acad, el copero de Ur-Zababa, el rey de Kish, que se convertiría, según afirman viejas leyendas sumerias, en el gran líder del imperio Acadio, en el 2271 aC.
Una vida de película
Combinando leyendas y documentación histórica, personajes mitológicos y reales, las aventuras de Nippur se extendieron durante 30 años.
A lo largo de ellos, Nippur pierde un ojo, tiene dos hijos (Hiras, fruto de su amor con la reina amazona Karien La Roja, y Oona, una entrañable nenita de tres ojos cuya madre es una hermosa monarca del mundo subterráneo), reconquista Lagash y después se aburre y se lanza de nuevo a los caminos, que es la patria a la que realmente pertenece. Nippur es errante y lo suyo no son las complejidades palaciegas, sino la simpleza de la gente de a pie, que necesita de su consejo y de su espada.
En el fondo, el caracter de Nippur no es más que un espejo del de su creador. Tras un tiempo disfrutando del éxito de su personaje, Robin Wood se presentó en las oficinas de Columba y les dijo que se iba. No servía para estar sentado todo el día en una oficina. Les propuso continuar enviándole guiones desde allí donde estuviera y que le giraran el dinero. La editorial aceptó a regañadientes y Robin se subió a un barco en dirección a Nápoles, donde inició una existencia de trotamundos que se extendió durante casi 40 años. Quería ver el mundo, vivir aventuras y contarlas desde la distancia. Se casó, tuvo hijos, y nunca supo lo que es vivir seis meses seguidos en un mismo lugar. Pero nunca dejó de enviar sus guiones desde allí donde se encontrara, ya fuera de Nippur o de cualquiera de sus magníficos personajes.
Hace algún tiempo, Robin decidió regresar a donde comenzó todo y se instaló en su Paraguay natal.
Aquejado por un mal neurológico que ya no le permite seguir dando vida a nuevas historias, disfruta de su retiro en una casa rodeada de árboles y plantas en la ciudad de Encarnación, a pasos del río Paraná.
En el jardín hay una gran piscina donde Robin nada tres veces al día y dos blanquísimos pavos reales que pasean libremente, como si fueran personajes fantásticos sacados de alguna de sus aventuras.