Entre los años cincuenta y la llegada del peronismo al poder en 1973, Jorge Luis Borges fue director de la Biblioteca Nacional. Todos los días, iba a almorzar con su madre en Maipú al 900 desde México 564, ayudado por un empleado que, por la tarde, trabajaba en la sede central del Banco de la Nación Argentina, frente a la Casa Rosada. Recorrían México hasta Perú y Diagonal Norte, donde su acompañante lo dejaba y, antes, ubicaba a algún voluntario que lo cruzara; en esos momentos se produjo el diálogo.
-¿Le ayudo a cruzar? – Sí, por favor. -¿Usted es Borges, no? – Sí, momentáneamente. -¿Sabe? Yo soy peronista. – No se preocupe. Como puede apreciar, supongo, yo también soy ciego. -Tranquilo, maestro, no pensaba dejarlo en el medio de la calle. Además, muchos peronistas como yo adoran su escritura. – ¿En serio? -Usted escondió sus dos primeros libros de poemas que exaltaban el nacionalismo (Fervor de Buenos Aires y Cuaderno San Martín) a pedido de Victoria Ocampo y demases gorilas del grupo Florida. -¿Cómo lo supo? -Porque, como usted dijo, no soy ni bueno ni malo, soy incorregible, como todos los peronistas. Y me gusta la Historia completa. No sólo la de Mitre. -¿Como a Marechal? -Más o menos. -Era bueno Marechal. Se lo dije. -Lo sé, maestro. Usted no es tonto. Por eso me gusta. -¿De veras? -Claro que sí. Llegamos, Borges ¿Puede seguir solo? – Claro. Siempre estoy solo, incluso cuando me siento feliz. -Hágase peronista, entonces. Es feo ser feliz en soledad. Me lo dijo Leonardo Favio ¿Lo conoce?
-diciembre 20, 2024