César Tiempo, Roberto Alifano

Sin haber trascendido como José Hernández, como Ricardo Güiraldes, como Roberto Arlt o como Borges, que son artífices de perdurables personajes literarios, César Tiempo se puede sumar también a esa grata especie que mantiene una relación personal con cada lector. Los nombrados son admirables y hasta podemos no admirarlos, pero nunca dejar de quererlos, que es acaso lo esencial; cabe definirlos como portadores de un don, ya que los protagonistas de sus obras pueden ser apócrifos -y de hecho lo son-; sin embargo, nunca nos serán indiferentes.

Hacia mediados de la década de 1960, conocí a don Israel Zeitlin (ese era el nombre de bautismo de César Tiempo, nacido en Ucrania en 1906 y traído a la Argentina con apenas un año de edad). Fue en ocasión de una entrevista que le hice para un hebdomadario porteño en el que colaboraba. Lo recuerdo como un hombre amable, con gran sentido del humor, propenso a las bromas, intenso en recordar anécdotas que lo tenían casi siempre como protagonista.

Una noche, que para mí sigue siendo memorable, fuimos invitados con Jorge Luis Borges a cenar en casa de otro maestro judío, Bernardo Ezequiel Koremblit, que se enorgullecía de reconocer en don César a su mentor, y allí lo volví a ver después de un largo tiempo. Como era de suponer, disfrutamos de un encuentro memorable en la que doña Esther Teitelbaum, la esposa de Koremblit, cocinó como los dioses un Rosh Hashaná, que saboreamos con elogioso entusiasmo.

Desde el inicio hasta el final, el encuentro fue memorable y lo tengo presente como si hubiera sido la noche de ayer, Era una mesa de asombrosos testigos de una época digna de ser evocada. Registrarla en este texto es para mí, además de un orgullo, una forma de felicidad. Buena parte de la conversación se centró, sin proponerlo nadie, en un tema que a Borges lo divertía mucho y del que César Tiempo fue artífice y protagonista; digamos que llegó a ser una de las bromas geniales de la historia de la literatura argentina.

Versos de una… es un libro de poemas publicado en 1926, escrito por César Tiempo bajo el seudónimo de “Clara Beter”, con una importante repercusión en los medios culturales. En gran parte por suponerse que la autora de los poemas era una persona real y, concretamente, una prostituta judía que había decidido hace públicos los horrores padecidos en carne propia a través de la poesía. El volumen se publicó en la colección Los Nuevos de la famosa editorial Claridad, propiedad del Partido Comunista, y se llegaron a vender (como un gran anticipo de lo que sería el best-sellers), más de cien mil ejemplares, cifra sorprendente para aquellos años. Todo un revuelo auspiciado bajo el entusiasmo de la izquierda literaria argentina por encontrar en la poeta Clara Beter, a la valiente heroína, denunciante de una situación tan tremenda como estremecedora, ocurrida durante la época en que el proxenetismo trasladaba mujeres a este continente para someterlas a la explotación sexual.

La organización criminal empezó a operar en Buenos Aires de manera clandestina a comienzos del siglo XX, pero no demoró en fundar una institución como fachada, bajo el nombre de Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia, que encubría las verdaderas actividades de la organización Zwi Migdal, una temeraria red de prostitución, conformada por delincuentes, en su mayoría de origen judío, que se especializaban en la expatriación de mujeres de Europa del Este, amenazadas por las difíciles condiciones económicas y por los pogromos, que con saña asolaba la región.

Los integrantes de esta mafia viajaban desde la Argentina para presentarse como judíos respetables que habían conseguido prosperar en América y regresaban a su tierra para buscar una mujer con quien casarse. Las condiciones objetivas de miseria y violencia hacían que las jóvenes y sus familias vieran en la oferta matrimonial una oportunidad que no podía ser rechazada. Una vez llegadas al puerto de Buenos Aires, se las obligaba a prostituirse. El apogeo de la organización Zwi Migdal, con apoyo político argentino, tuvo de esa forma presencia en el delito con más de 400 proxenetas que controlaban casi 4.000 mujeres. Los burdeles de la Argentina, que superaban los 200, eran comparables a los centros prostibularios más importantes del mundo. Buenos Aires y Rosario eran el terreno fértil y lucrativo para este tipo de actividades repudiables.

En el ámbito literario la publicación de Versos de una…, fue memorable para la literatura argentina por haber coincidido en la imprenta con otras dos obras de gran trascendencia: El juguete rabioso de Roberto Arlt y Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes. En esa misma década de 1920, la juventud literaria se aglutinó en dos grupos enfrentados: “Boedo” y “Florida”, que Borges y otros amigos, con humor y negándole autoridad real, simplificaron como “Floredo”; es decir, la mezcla de ambos, que pretendían diferenciarse por el estatus social. También por su concepción del arte, ya que mientras los de Florida solían provenir de clases sociales más altas y eran afines al ultraísmo, los de Boedo eran de origen más humilde y más preocupados por una literatura social y realista. La revista Martín Fierro fue emblemática del grupo Florida, mientras que el grupo de Boedo se vinculaba con la revista Los Pensadores y la Editorial Claridad, donde César Tiempo publicó el poemario que atribuyó a la devastada muchacha inmigrante llamada Clara Beter, que con un lirismo conmovedor confesaba:

Cae sobre la ciudad

la ceniza minúscula y tenue de la lluvia…

Mientras cae la lluvia, yo acaricio mi sueño:

un día las mujeres serán todas hermanas;

la ramera, la púdica,

la aristócrata altiva y la humilde mucama.

Irían por las calles llevando como emblema

una sonrisa alegre y una mirada franca…

El libro, según César Tiempo, se inició como una especie de broma juvenil cuando él aún no había cumplido los dieciocho años de edad. “Circunstancia que atenúa la magnitud de mi fechoría -manifestó aquella noche don César, un poco a modo de disculpa-. Y puedo explicarlo muy bien si ustedes me permiten. sucedió simplemente que durante aquellos años yo había leído los Diálogos de Platón y remarqué la siguiente frase, atribuida a Sócrates, donde afirma que ‘un poeta, para ser un verdadero poeta, no debe componer discursos en verso, sino inventar ficciones’. Aquello me sugestionó y me dio argumentos para dar candonga a los camaradas mayores del Partido Comunista, siempre tan solemnes, que se resistían a creer en el talento de un muchacho pobre y mequetrefe como yo. Y los jodí en forma como quedó demostrado cuando se enteraron de la verdad y no sabían dónde meterse”.

Otro suceso que impulsó a César Tiempo, es el haberse enterado de la “broma” que dos jóvenes limeños le hicieron, en 1904, a Juan Ramón Jiménez. Estos, al no poder conseguir con facilidad sus libros, decidieron escribirle fingiéndose mujeres, y al cabo de algunas cartas el poeta terminó enamorándose de una de ellas. Algo parecido, aunque en otra dirección, sucedió con Clara Beter. El libro llegó a Chile y fue leído en Antofagasta por el poeta Andrés Sabella, quien tan conmovido como enamorado, decidió viajar a Buenos Aires para conocerla y proponerle matrimonio, pero grande fue la desilusión cuando comprobó que Clara Beter era un personaje apócrifo y que otro poeta, en este caso de sexo masculino, era el autor. “Cuando Sabela lo supo -recordaba don César- casi se muere de un síncope, pobre. Pero debió resignarse y como tenía sentido del humor celebramos con él y otros amigos mi broma literariaTanto el nombre como el apellido utilizados tenían sus motivos: Clara era por Kátinka la protagonista de Resurrección, la famosa novela de León Tolstói; mientras que Beter es una reminiscencia gorkiana, cuyo significado es amargo”.

El grupo Boedo, la mayoría sin conocer la verdad, recibió con entusiasmo la publicación de los poemas en la revista del Partido Comunista. Especialmente don Elías Castelnuovo, uno de los popes, que expresó enormes elogios, tanto para el poema, como para la autora. Se resolvió entonces contactar con Clara Beter y estimularla a seguir escribiendo. Esto hizo que César Tiempo aun no desenmascarado continuara enviando poemas, con el nombre de Clara Beter, a la redacción de la revista. “Los versos llegaban por correo, con remitente en Rosario, en donde vivía Manuel Kirchbaum, un gran amigo mío, dueño de una caligrafía pasmosamente parecida a la de Alfonsina Storni. Luego de varias cartas, y recopilados ya una buena cantidad de poemas, me dispuse publicar el libro con el título Versos de una…, a su vez un amigo le pidió a don Elías Castelnuovo que prologara el volumen. Nos reunimos y yo le dije la verdad, que no era el representante de Clara Beter, sino ella misma. A él también lo divirtió la broma y siguió la parodia, firmando su texto con el seudónimo de Ronald Chaves”.

En un fragmento del dramático prólogo, escribe Castelnuovo (o Chaves): “Clara Beter es la voz angustiosa de los lupanares. Ella reivindica con sus versos la infamia de todas las mujeres infames, explotadas por esos canallas.(…) Ella cayó y se levantó y ahora nos nuestra la historia de sus caídas. Cada composición señala una etapa recorrida en el infierno social de su vida. Esta incomparable mujer se distingue completamente de las otras mujeres que hacen versos; sobre todo por su cruda y estremecedora sinceridad”.

La mayoría de los poemas de Clara Beter son de tono autobiográfico en los que recuerda su espantosa situación. Muchos de sus versos mencionan con descarnado realismo su condición de forzada prostituta:

Me entrego a todos, mas no soy de nadie;

para ganarme el pan vendo mi cuerpo

¿qué he de vender para guardar intactos

mi corazón, mis penas y mis sueños?(…)

Sin caer en un lenguaje callejero, y con un lirismo conmovedor, plasmado en versos menos pomposos que sencillos, Clara Beter hace mención a objetos e imágenes cotidianas, a pesar del desencanto y la desolación, utilizando un español culto, con influencias modernistas y posrománticas. Otra técnica recurrente es la interrogación retórica, donde la muchacha se dice a ella misma:

¿Cómo conservo el alma tan suave y tan serena

si el dolor es mi amante y la angustia mi pan?

En una misma pieza

un macho y una hembra

el “yo” mujer

que no sabe cómo desaparecer…

El engaño tampoco demoró en cruzar el Río de la Plata. Pocos días después de publicado en el Uruguay los Versos de una…, el crítico literario Alberto Zum Felde le dedicó un estremecedor comentario, donde dice: “¿Cómo dudar de la existencia de Clara Beter cuando ella misma nos confronta con su propia sorpresa ante su modo de ser?”

Los primeros versos del libro están dedicados a Tatiana Pavlova. En ellos Clara Beter se dirige a su amiga de la infancia, allá en la Ucrania natal y en siete estrofas de cuatro versos alejandrinos empieza rememorando: “¿Te acordás de Katiuchka, de tu amiga de infancia” y, después de algunas estrofas resalta el contraste entre las diferentes vidas que habían seguido y conmueve al confesar:

Mas, pasaron los años y nos llevó la vida

por distintos senderos: tú eres grande ¿y feliz?

y yo… Tatiana, buena Tatiana, si te digo

que soy una cualquiera, ¿no te reirás de mí?

A los postres, con una sonrisa pícara, mirándonos por encima de sus lentes, don César comentó: “Bueno, les confieso que luego de algunas estrofas yo traté de lograr el contraste entre las diferentes vidas que a Clara le habían impuesto -y dirigiéndose a Borges, siempre ocurrente, el poeta César Tiempo hizo este comentario-: Sin duda te habrás dado cuenta Georgie que la tónica de los versos encaja con una puntualidad prefabricada en la estética redentorista de Boedo; eso sí, sin negar el dramatismo lírico de Florida, que vos amalgamando a las dos corrientes tomás en broma, rebautizándolo como Floredo”.

César Tiempo recorrió todos los rincones del ambiente artístico, desde sus notas periodísticas publicadas en la prensa gráfica, hasta la adaptación de guiones teatrales, de cine o para la televisión, pasando también por la radio. En lo puramente literario, Junto a Pedro Juan Vignale, publicó hacia finales de la década de 1920, la Exposición de la actual poesía argentina, una exquisita antología que incluye a los principales poetas de vanguardia como Borges, Oliverio Girondo, Raúl González Tuñón, González Lanuza, Norah Lange, Luis Franco, Jacobo Fijman, Leopoldo Marechal, Conrado Nalé Roxlo, entre otros. Desde 1952 a 1955 dirigió el suplemento cultural del diario La Prensa, “de donde me echaron acusándome de rojo y de peronista”, recordó mirando de reojo a un desconcertado Borges, tan buen humorista como él.

Cabe agregar que en casi todas sus obras, el creativo César Tiempo, mantuvo una actitud destacada en diferentes perspectivas; pero nunca dejó de ser leal al judaísmo, ya sea como un narrador fiel a esas costumbres o denunciando la discriminación sufrida por los judíos en territorio argentino y en el resto del mundo; siempre bajo un tinte muy particular.

Poco antes de su muerte, ocurrida en 1980, tuve el honor de presentar con don César un libro de versos de nuestra común amiga Viviana Hall. Fue la última vez que lo vi. El admirado y querido maestro dejó este mundo para sumarse al de los que ya no hablan, pero nos siguen diciendo con un guiño y una sonrisa desde el más allá.

Fuente: https://www.elimparcial.es/

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