Errare humanum est, Gabriel Montero

Mi mejor amigo es el que enmienda mis errores o reprueba mis desaciertos”, José de San Martín

El hombre habla tranquilo. Se lo percibe seguro. No afirma rotundamente una única alternativa, pero remarca su escepticismo acerca de las otras: 510.000 británicos y 2,1 millones de estadounidenses morirán en caso de no tomar medidas draconianas de “supresión”. Una leve sonrisa traduce su optimismo para influenciar a gobiernos aterrorizados. Es Neil Ferguson.

Al inicio de la pandemia de COVID 19, se plantearon 2 estrategias más o menos bien definidas para combatir una enfermedad desconocida, de cuya letalidad poco se sabía. Por un lado, la “mitigación”, que implica enlentecer la aparición de nuevos casos, disminuir la demanda sobre el sistema de salud y proteger a la población de mayor riesgo, sin interrumpir del todo, pero controlando la propagación de la enfermedad. Por otro lado, la “supresión”, que busca reducir el número de casos y mantenerlo bajo indefinidamente (el ahora famoso Ro igual o menor a 1) con una cuarentena que se explica por sí sola, pero que esta vez es sobre la población sana, en busca de mayor efectividad.

Ambas estrategias tienen puntos débiles y comparten algunos aspectos, como la suspensión de ciertas actividades masivas (escuelas, universidades, aglomeraciones). 

Mientras algunos gobiernos, en general de derecha, mostraban preocupación por las consecuencias económicas de las medidas de supresión, los de centro izquierda enfatizaban la necesidad de salvar vidas en una falsa dicotomía, que sólo pudo demostrarse después.

Sólo se sabía que el 23 de enero, en la provincia de Hubei, el régimen chino había impuesto una cuarentena de corte marcial en 15 ciudades, afectando a 57 millones de personas, la que comenzó a liberar 50 días después, el 13 de marzo. El “rotundo éxito” militar era seductor.

El 16 de marzo, con casi 1.543 casos y 154 fallecidos en Gran Bretaña, el sombrío informe del Imperial College de Londres, encabezado por el matemático Neil Ferguson, pronosticó una catástrofe sanitaria sin precedentes en caso de adoptar cualquier otra estrategia que no remedara la cuarentena china. 

Ferguson no fue el único responsable, claro está, pero fue asesor clave para convencer al gobierno inglés, que se planteaba hasta entonces una estrategia de “mitigación” buscando la “inmunidad de rebaño”, para sostener en lo posible la economía y el empleo. Boris Johnson no dio la talla para enfrentar ese informe y de ese modo, se inclinó definitivamente la balanza del mundo a favor de la cuarentena. La falsa dicotomía “vida vs. economía” se había impuesto.

Justo es decir que para esa fecha, Alemania tenía 4 veces más casos con 1/3 de las muertes,  España 6 veces más casos y doble de muertos e Italia, en plena crisis, contaba 28.000 casos y 2.157 fallecidos, habiendo cometido todos los errores posibles: el mítico partido cero entre Atalanta y Valencia en Bérgamo, la “cuarentena localizada” en el norte con escape de la gente y el contagio hacia el sur, los tratamientos erróneos recomendados por la OMS, la falta de medidas de protección al personal de salud y de testeos en la población y el descuido de asilos y prisiones.

Sin embargo, había aún un lugar posible para plantear otra estrategia que no condenara al mundo a la pobreza y a millones de niños a sus consecuencias. Pero faltaba un liderazgo capaz de enfrentar la ola de terror. 

Leyendo el informe del Imperial College, cuesta creer que el mundo lo haya tomado como verosímil, adoptándolo como “hoja de ruta” y ajustando la comunicación a sus falacias.

Habla de un virus con mortalidad comparable a la gripe española de 1918, cuando se sabe que en aquella pandemia hubo 50 millones de muertes. 

Menciona que el principal desafío de la estrategia de supresión – cuarentena-, a la que adhiere, es que debe ser mantenida mientras el virus circule o hasta que exista una vacuna accesible: entre 12 y 18 meses.

Asume que el 30% de los internados requerirán terapia intensiva con ARM (el triple de lo observado) y que 50% de ellos fallecerán (el doble de lo real).

Asume también que más del 40% de los mayores de 70 años y el 70% de los mayores de 80, requerirán Terapia Intensiva si se internan (3 a 4 veces más de lo observado).

Predice que el 81% de la población británica se contagiará en ausencia de medidas de control de la población mantenidas 18 meses para evitar rebrotes, ya que de otro modo producirían una epidemia similar en escala a la que se hubiera dado sin tomar medida alguna.

Menciona la cuarentena de Corea, donde no hubo cuarentena. Hubo testeos masivos desde el inicio para detectar y aislar casos, pero no cerró su economía.

Afirma que en caso de adoptarse la estrategia de “mitigación”, las camas de UCI se verían al menos 8 veces superadas en el escenario más optimista, e incluso si todos los pacientes pudieran ser tratados, predice que habría unas 250.000 muertes en GB y 1,2 millones en EE.UU.

Sólo al final acepta que no es seguro que la supresión tenga éxito a largo plazo, dado que “no se ha intentado anteriormente ninguna intervención de salud pública con efectos tan perturbadores en la sociedad durante un período de tiempo tan largo”. A confesión de parte… 

Cuesta aceptar la mediocridad de los líderes mundiales siguiendo esta chapucería fantasiosa.

Algunas cosas sabemos hoy, de modo concluyente:

  • Neil Ferguson no creyó su propio informe: debió renunciar tras ser detectado violando la cuarentena al menos 2 veces con una activista ambiental alemana. 
  • Fallecieron 1 de cada 10.000 personas del mundo, no la catástrofe que pronosticó.
  • La cuarentena ha demostrado no ser un factor de éxito: países con cuarentena tienen buenos o malos resultados. Lo mismo pasa con los que no la adoptaron.
  • La OMS no dejó ningún error por cometer. Gracias a médicos italianos que desoyeron su indicación e hicieron autopsias, pudo saberse que trastornos de coagulación y la tormenta de citoquinas eran la causa de los cuadros graves, cambiando el tratamiento y bajando la mortalidad
  • Se detectó “memoria inmunológica” de linfocitos T en el 30% de la población en distintas ciudades, explicando el aplanamiento de curvas por “efecto rebaño” mucho antes de llegar al 80% pronosticado por el informe
  • Suecia ya no parece la perdedora: su estrategia de “mitigación” sin cerrar su economía ni suprimir libertades, logró contener la epidemia y hace 2 meses que, con pocos casos diarios, no llega a los 6.000 muertos.

Otras cosas sabemos. Cosas que nos presentan una disyuntiva entre la cobardía y el negocio.

Ferguson aseguró en 2001 que 150.000 británicos morirían por la enfermedad de “Vaca Loca”, por lo que se sacrificaron 6 millones de cabezas de ganado. Al final fallecieron 200 personas. 

En 2005 calculó millones de muertes por la “Gripe aviar”. No llegaron a 1.000.

En 2009, pronosticó una mortalidad de 0,4% por la gripe porcina en Gran Bretaña, con lo que se proyectaron 65.000 muertes. Al final no llegaron a 500 en total.

¿Cómo logra influir al poder un hombre capaz de equivocarse tanto? No es difícil, si se tiene el respaldo de Bill Gates, que ha donado u$d 100 millones al Imperial College.

La Fundación Bill y Melinda Gates es ahora, tras el retiro de EE. UU., el 2do aportante de la OMS, con idénticos fondos que Gran Bretaña. 

Es, además, sponsor del CEPI, una coalición para la búsqueda de vacunas, que actualmente promueve 9 desarrollos contra el COVID 19 (Moderna, Novavax, las de las Universidades de Hong Kong, Queenland y Oxford – AstraZeneca, entre otras) y del GAVI, una alianza internacional público-privada promotora de la accesibilidad equitativa a las vacunas.

La Fundación financia también al Pirbright Institute de Gran Bretaña, poseedor en Estados Unidos de la patente de una versión atenuada de coronavirus (US10130701B2) 

En octubre de 2019, Gates patrocinó y organizó junto a la Universidad John Hopkins y el Banco Mundial el “Evento 201”, un ejercicio de simulación acerca de las necesidades y carencias mundiales frente a una hipotética pandemia con 65 millones de muertos. El agente causal: un coronavirus. 

Como era de esperar, las redes sociales desarrollaron obvias teorías conspirativas acerca del interés de Bill Gates por los virus y las vacunas y, sobre todo, por el evento organizado 1 mes antes de los primeros casos de COVID 19 (ocultados por las autoridades chinas y la OMS al menos otro mes hasta su denuncia en diciembre). Suman a estos antecedentes la preocupación expresada por Gates por el crecimiento demográfico mundial, sobre todo en los países pobres.

Hacen mal. La infodemia paranoide nada suma y cada centavo invertido en inmunizaciones, provenga de donde provenga, es un aporte a la equidad mundial, toda vez que las vacunas son el aporte científico más relevante en la historia de la salud pública, sobre todo porque está aún pendiente el acceso al alimento, el abrigo y el agua potable para millones.

Pero además, no investigan adecuadamente. Las recomendaciones del “Evento 201” fueron básicamente la elaboración de planes de anticipación, la colaboración público – privada, el manejo transparente y preciso de información y evitar la clausura del transporte y el cierre de las economías. Todo lo que el mundo no hizo, con pocas y honrosas excepciones.

Parece la hora de buscar otros referentes y otras estrategias.

Fuente: Gabriel Montero, médico pediatra y especialista en Salud Pública, para www.ahoraeducacion.com y https://www.visionfederal.com

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