Borges y Miguel de Molina, Roberto Alifano

Le dije a Borges que el célebre cantor de coplas Miguel de Molina lo quería saludar. Como era habitual, el poeta no opuso reparos; todo lo contrario. Le conté que desde hacía años Miguel vivía en la Argentina y que se había exiliado en nuestro país escapando de la dictadura de Franco.

“¿Sigue cantando coplas y bailando flamenco?” -me preguntó Borges-. Mi cuñado Guillermo de Torre alguna vez me habló de él. ¿Es alguien muy famoso según he oído?

“Sí, lo fue, sin duda. Ahora está retirado y desde hace años vive en la Argentina. Hace mucho que no canta; pero, en algunas ocasiones lo hace para sus amigos. Seguramente no disfrutaremos de sus zapateos, pero sí de su exquisita voz. En España se lo sigue recordando como el “Rey de la Copla”.

“Bueno, entonces nos prepararemos para bailar coplas”, bromeó Borges con una sonrisa.

Al día siguiente, media hora antes de lo convenido, Miguel de Molina tocó timbre en el departamento del 6to. Piso de la calle Maipú al 900.

La conversación fue amena. Se entendieron de maravillas. Y Borges, conmovido por las coplas de Rafael de León, que Miguel entonó, se llegó a conmover con nostalgias, pensando en su madre, que había admirado a Miguel. Recuerdo que no demoró en llegar Norah, acompañada de su hijo Luis, que celebraron el espectáculo doméstico brindado por Miguel, que no solo cantó a capella, sino que también bailó y contó chistes con su habitual histrionismo.

No fue el único encuentro. Días después invitados por Miguel fuimos a su departamento de la calle Bartolomé Mitre, donde el divertido cantaor nos deleitó no solo con sus coplas, sino también con sus exquisiteces culinarias. Era un creativo gourmet, que le preparó a Borges un arroz con manteca memorable, bien a punto y fervorosamente elogiado por el autor de El Aleph. Ulyses Petit de Murat, muy amigo de Miguel, también nos acompañó; él y yo, como buenos sibaritas, saboreamos una inolvidable paella con mariscos.

Los encuentros se repitieron. Sin embargo, la amistad entre Miguel y Borges no prosperó demasiado debido al enojoso asunto de la política. En uno de los encuentros el cantaor de coplas elogió al gobierno de Perón; pero sobre todo evocó con emoción a Eva Duarte, que fue quien lo invitó a venir a la Argentina y le brindó todo el apoyo para que se quedara entre nosotros. Para Miguel de Molina, Evita era un ser casi sagrado, su “ángel protector”; para Borges, poco menos que el demonio.

En lo personal yo guardo un grato recuerdo de Miguel de Molina. Era un hombre bueno y un típico caballero español, agradecido por todo lo que le brindó la Argentina, país del que se enamoró y no quiso abandonar jamás. “Es mi verdadera patria”, le oí decir, sin dejar de abundar en elogios.

Convencido republicano, con la llegada de la dictadura franquista, Miguel de Molina fue perseguido y torturado por su adhesión a la causa republicana y su homosexualidad, y en la segunda mitad de los años cuarenta se afincó en la Argentina, donde desarrolló una carrera de notable éxito y protagonizó películas como “Ésta es mi vida” (1952), al tiempo que continuó actuando hasta su retiro en 1960; viajando también con frecuencia a los Estados Unidos y a México.

En 1983 en un ciclo cultural del que fui uno de los artífices, lo convocamos a Miguel para nos asesorara en un ciclo dedicado a la música de España y a ese estilo vocal profundo y emotivo que es “el flamenco”, cuyo eje central es el “cante jondo”, caracterizado por su intensidad y por expresar sentimientos de dolor, lamento y sufrimiento, relacionados a menudo con la marginación y el desgarro humano. Don Edmundo Gibourg, que fuera entrañable amigo de Carlos Gardel, y conocía a Miguel, nos propuso convocar para que colaborara en la organización. El cantaor no solo nos brindó su espectáculo, sino que también participó como enlace para traer músicos y artistas españoles.

Miguel de Molina nació en Málaga en 1908 en el seno de una familia modesta; su padre era un zapatero con epilepsia, por lo que su madre fue el único sustento económico del hogar. Trabajó de limpiador y de chico de los recados en un burdel de Algeciras, hasta organizar algunas de las juergas flamencas muy populares en las noches sevillanas.

A los veinte años se dedicaba a llevar grupos de turistas a los famosos tablaos flamencos donde no solo los organizaba, sino que exhibía, además, su potencial artístico. Su voz y actitudes especiales para la copla española no demoraron en imponerse y lo llevaron a convertirse en una figura de renombre. En 1930, se mudó a Madrid y no demoró en triunfar en Madrid, pero fue en Valencia donde obtuvo sus mayores éxitos, popularizando canciones como El día que nací yoTriniáTe lo juro yoLa bien pagá y Ojos verdes. Esta última, una de las más célebres coplas españolas, con versos de Miguel de León que estrenó en el barcelonés ‘Café de Oriente’. Allí Molina fue uno de los puntales del género de la copla, con una personalidad única como intérprete masculino.

En lo político, fue un activo defensor de la causa republicana y actuó para el disfrute de las tropas en la guerra civil española, realizando numerosos conciertos benéficos para organizaciones sociales y recorriendo diferentes ciudades, llevando su voz y su encanto de bailador a quienes más lo necesitaban.

Tras la llegada de la dictadura de Franco, fue encarcelado, torturado y obligado al exilio por haber ayudado al ejército republicano. Como a otros artistas e intelectuales de la época, entre otros los poetas García Lorca y Rafael de León, también se lo acusó por su homosexualidad.

Hacia el final de su vida, Miguel de Molina regresó a España. Eran los últimos años del caudillo Francisco Franco, y no se sintió cómodo a pesar del respeto que se le guardaba. Al poco tiempo regresó a la Argentina y aquí falleció en 1993. Se lo evoca como un gran artista y un ser humano noble y cabal.

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