José de Sousa Saramago (Azinhaga, 1922–Tías, 2010) fue un escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués. En 1998 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía».
Hace una década que se nos fue Saramago, el genial y comprometido literato comunista y libertario. Su eco está más vigente que nunca, pero la ceguera vuelve a ser negra. Nunca hemos dejado de estar ciegos y en esta situación no iba a ser diferente.
Casi dos meses, ¿quién lo diría? Dos meses llevamos confinados. La situación inmediatamente anterior a la declaración del Estado de Alarma se ve ya (valga la expresión) –si es que alguna vez no lo fue– como un pasado mítico, fragmentario, inconmensurable.
El único acceso al mismo son los descontextualizados e interesados fragmentos que, desde la negrura, nos ofrece la derecha mediática. Pero es igual, la forma nunca fue lo importante, bien lo sabe Saramago: nombres, lugares, fechas… todo se desvanece en el blanco –nunca mejor dicho–, el blanco de la reacción.
Perdonad los juegos de palabras, mi intención no es extender el pesimismo, sólo advertir, y quién avisa no es traidor. Pocas veces se definen mejor las posiciones y el lugar de la partida: ¡tomemos partido! El enemigo está claro y está bien posicionado.
¡Seremos mejores después de esto!, ¡saldremos más fuertes!, ¡empezaremos a tener conciencia de nuestro sector público!, ¡se evidenciará la estulticia que se esconde detrás del mainstream neoliberal! ¡Ja! Confundir el “ser” con el “debe ser”, que desgracia, y digo bien, porque en esta desgraciada sólo hay un vencedor y no es la sociedad en su conjunto.
Supongo, y mira que lo avisaba Benjamin, que la sorpresa no es un pensamiento filosófico, pero nunca dejo de sorprenderme. La ofensiva mediática filo-golpista que hemos vivido estos días ha sido (y sigue siendo) inaudita: descrédito a las instituciones, ataques a la legitimidad del gobierno, instrumentalización de la muerte, fetichismos sádicos ultra-liberales (crítica al ingreso mínimo), invenciones de naturaleza cuasi-moral sobre la situación sentimental de determinadas personalidades, etcétera.
Me imagino (siempre nos quedará la imaginación) que es fácil hablar e inventarnos términos (desafortunados, por cierto) como “post-verdad”, “desinformación” o “fake news” para explicar la injerencia rusa y el auge del “populismo” en sentido amplio (sea lo que sea eso) fuera de España, pero cuando estos debates, que hasta ahora eran relativamente lejanos y servían a determinados sectores y periodistas para justificar su relato, nos toca de lleno, pues todo esto se oscurece, nos volvemos… ciegos.
Temblad –ya nos están avisando– de las consecuencias que puede tener la gestión de nuestros datos por parte del gobierno en su lucha por el control de la pandemia. Es sencillo, una vez más, ver las implicaciones de algo, en este caso de las Big Data, cuando caen en los viejos paradigmas políticos, pero al menos lo político responde ante las instituciones democráticas (liberales).
No os preocupéis, para jolgorio de Juan Ramón Rallo, Google y Apple, que ya facilitan nuestras vidas a través de su fantástica publicidad dirigida y personalizada alimentada gracias a sus simpáticas prácticas de extracción de datos, se harán cargo de la situación, ¡es el mercado amigo!, la mano invisible –algoritmizada– proveerá. En fin, por cada Ekaitz Cancela hay diecinueve Cristian Campos.
Siempre nos quedará el Estado, dirá alguno. A lo mejor, cuando menos lo esperemos, saldremos de casa y nos daremos cuenta de que este colapsó hace tiempo. No caerá esa breva. Quizás, ojalá, el debate sobre la naturaleza del Estado (liberal) pueda resurgir con fuerza. ¿Cómo compaginar la necesidad del confinamiento con las contradicciones del normativismo y la privación de libertades causada por el Estado de Alarma (el canto de sirena para el autoritarismo)?
Diría esa expresión tan manida –y un tanto estúpida, huelga decirlo– de que no todo es blanco o negro, pero de eso se trata, ceguera blanca, ceguera negra… todo disuelto en una misma niebla, en dónde siempre es lunes y todos somos soldados.
En fin, no podemos limitarnos y resignarnos a las circunstancias. El frágil gobierno de coalición centroizquierdista (y remarco lo de centroizquierda), no puede, ni debe ser, nuestro único marco de expectativas, ni de resistencia, pero tampoco debe abandonarse a la suerte de la mente colmena rizomática de la reacción.
La fragilidad de nuestra sociedad –de toda sociedad occidental, vaya– se está poniendo a prueba, así como la fragilidad de nuestras certidumbres (si es que podemos hablar de eso), ante el asfixiante ambiente generado por la pandemia: por la propia Covid-19 y por el ruido mediático ultra-reaccionario (nunca, y es digno de análisis, tan cercano a la hegemonía ultraliberal).
Sólo un apunte, siempre necesario. Rompamos con el positivismo rampante, no aceptemos los hechos por el hecho de serlos. Problematicemos nuestro presente, tomemos partido y sigamos abogando por la emancipación. Nadie dijo que esto fuera fácil. Pero nunca una frase tuvo más sentido que esta: “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”, bien claro lo tenía el genio portugués. O dicho de una forma más humilde, siguiendo la estela de mi mejor amigo y del bueno de su padre, más vale burro malo que amo bueno.
Entiéndase este texto como un homenaje a Saramago y una recomendación a su inmortal obra: Ensayo sobre la ceguera. Pero si en la narración de Saramago la blancura de la ceguera acabó transformada en un voto en blanco (Ensayo sobre la lucidez), no hagamos que esta ceguera negra se transforme en un voto negro (y verde en este caso).
Fuente: Juan Luis Nevado Encinas para https://spanishrevolution.org/