En septiembre se inauguró un mural con las fotos de los detenidos desaparecidos de la Facultad de Filosofía y Letras y Samanta Casareto cuenta cómo se llegó a un relevamiento a través de la historia oral y la búsqueda en legajos.
–¿Qué es el Centro de Documentación Universidad y Dictadura 1966-1983?
–Es el producto del trabajo de un programa en el marco de la Cátedra de Derechos Humanos que se creó en 1994 en la Facultad de Filosofía y Letras. En 2006, un grupo de estudiantes y graduados planteamos la necesidad de reconstruir la historia de la facultad en este período, reconstruir la historia de la vida de los compañeros detenidos desaparecidos. Para hacer ese trabajo fuimos a los legajos de los trabajadores en la oficina de personal y ésa fue la primera reconstrucción, que aún no está terminada: se construye todos los días. Después se ve la necesidad de reconstruirlos en un ambiente: una vez que consolidamos la nómina, trabajamos.
–¿A qué se refiere con un ambiente?
–Donde ellos estaban, se desarrollaban, y de los legajos nos quedaban preguntas sobre sus materias, dónde se habían inscripto, exámenes en los que eran aprobados, había un montón de información que había que seguir. Como un primer paso fue inaugural un mural en 2011 y entregar la copia de los legajos a los familiares, amigos, compañeros. Cuando llegamos a ese punto nos dimos cuenta de que ese papel tenía una parte muy chiquita de la historia de vida de los compañeros, y empezamos a trabajar sobre la idea de crear un Centro de Documentación con los documentos y las entrevistas que empezamos a hacer a los familiares y compañeros de los estudiantes.
–¿Qué edad tenían las víctimas de la represión en la facultad?
–Son muy jóvenes; y en el mural pusimos las edades para crear esa empatía con los estudiantes que hoy recorren el aula. El mural, que está en el aula 108, tiene la foto, la carrera que estudiaba, la fecha de desaparición y la edad, que en promedio es de veintipico de años, excepto aquellos que eran docentes. La 108 es el Aula Magna: es el aula donde se hacen las juras, se dan importantes materias, y las fotos comparten la vida cotidiana de los estudiantes.
–¿Cómo se recopilan historias, fotos, relatos y anécdotas? ¿Cómo se hace ese trabajo?
–Se recopila toda la documentación institucional de la facultad, vamos a ver a profesores, archivos, oficina de personal, despachos, departamentos de las carreras, y digitalizamos toda la documentación que encontramos entre 1966 y 1983.
–¿Cómo es el vínculo con los familiares?
–El trabajo es como un rompecabezas: por un lado, el trabajo en detalle; y por otro nos rompe la cabeza. Necesitamos la historia oral, la reconstrucción de la oralidad para poder darles vida a estos documentos; una reconstrucción que sirve para poder armar lo que los documentos omiten.
–¿Hubo resistencia en las autoridades de la UBA ante esta iniciativa?
–No hay una resistencia, lo que no hay es un apoyo. Nosotros estamos todos ad honorem: éramos cuatro y hoy somos más de veinte. Ahora conseguimos un proyecto de la UBA que se llama UBA CYT, dentro de un programa de Historia y Memoria de la UBA, que no es para abonar salarios sino para comprar una computadora para viajar a un congreso y contar lo que publicamos. Como no tenemos un lugar físico, pedimos que fuera en la biblioteca de la facultad, porque queríamos que se hicieran cargo de su historia y su devenir en ese período.
–Cuando empezaron a ver y escuchar el material, ¿con qué se encontraron?
–Encontramos las reacciones de los familiares, encontramos el nieto de Carri diciendo “el abuelo tiene un bochazo y yo también repetí el año”, o la letra de los compañeros, los escritos en la ficha de inscripción, familiares que creían que sus hijos estudiaban un montón y estudiaban muy poco y militaban mucho, o al revés, hijos que decían “mi papá se la pasaba militando y tenía un promedio excelente y estaba por recibirse”… te devuelve la vida. O una materia como “Vivienda popular” de 1974 en Antropología, en la primavera camporista, que duró 45 días en la facultad y después desapareció, y aquellos que la aprobaron después no se la reconocen como tal.
–Así como hay una gran cantidad de escritores desaparecidos, llama la atención la masividad de las víctimas en Filosofía y Letras.
–La facultad incluía las carreras de Psicología y Sociología. Otra arista de la represión fue separar, desunir, mudar. En lo que son las carreras actuales, tenemos más de 400 compañeros que transitaron por las aulas y pasillos de Filosofía y Letras. Nuestro proyecto no es una caza de brujas: lo que queremos es reconstruir la historia de la facultad. El del ‘76 es un golpe abrupto, es el quiebre, pero ya se viene dando de antes y nombran en las entrevistas hechos anteriores; por eso resulta provocativa esta resistencia de la institución a la represión y descubrimos que hubo acciones tanto de docentes, no docentes y estudiantes que iban en dirección contraria a lo que quería imponer el régimen.
–¿Además encontraron textos, poemas, relatos de estudiantes que pudieron ser rescatados?
–Hay familiares que compartieron apuntes y cartas. Hay un detenido desaparecido de General Roca que le escribía cartas a su mamá y ella compartió esas cartas, donde le cuenta “necesito comprar tal libro, está muy buena tal materia”, y esas cartas las compartió con nosotros y también fotos del grupo de amigos, grupos de estudio; la dinámica universitaria pasa también por los bares y preguntamos a qué bar iban, dónde estaba, dónde hacía la vida cotidiana, y al ver el mural a veces los familiares no recuerdan el nombre de los amigos, pero los ven en el mural. “A éste le decíamos ‘Tato Bores’, porque hacía los fideos de tal manera que una vez me ensució los azulejos de casa porque tiró la salsa.” El mural, las fotos, llevan al recuerdo de esos acontecimientos; las fotos que nos dan los familiares de dos amigos de vacaciones y los dos están desaparecidos, pero podemos reconstruir esos lazos de amistad a partir de estas huellas.
–¿Qué similitudes y diferencias encontró con el tema del Holocausto?
–El terrorismo de Estado y el Holocausto son genocidios. El concepto del otro negativo, en la documentación, se va viendo esa construcción con respecto al enemigo. En el ‘77 nos encontramos, acá en el Departamento de Ciencias de la Educación, con todo un reglamento de cómo debían comportarse, no se podía discutir una nota. ¿Quién era el enemigo? Los que militaban en las organizaciones políticas. Esto es muy similar al genocidio nazi, donde también hubo burocracia de la destrucción como la ley de razas, y acá lo que está escrito en los discursos de las autoridades de entonces es increíble. De la facultad que quieren, van marcando aquello que se viene.
–En el relevamiento que hicieron, ¿notaron que la represión iba dirigida a los centros de estudiantes, a las cátedras paralelas de la facultad?
–La represión fue general, se expandió por todo el tejido social, los estudiantes cambian su actitud, su forma, qué hay que decir, qué no hay que decir, qué hay que leer y qué no se puede leer, cómo se pueden encontrar. Había que presentar la libreta antes de entrar, había seguridad en la puerta, había que pasar la mochila, no se podía entrar con cigarrillos, cuando en un libro se llegaba al capítulo del marxismo, se salteaba. Entrevistamos a familiares, estudiantes, militantes y alumnos que llegaron a profesores, y a profesores que ya no lo son más, a gente que dejó la facultad en el ’76 o la terminó.
–Otra de las modalidades de sanción y persecución era la suspensión del estudiante.
–Nosotros trabajamos con otras facultades y vemos que muchos estudiantes suspendidos aquí también figuran en los archivos de la Universidad de La Plata. Hay compañeros que estudiaron acá y estudiaron en Tucumán. Vemos las mismas políticas del terrorismo de Estado y los mismos intentos de resistencia. Hubo un censo en las universidades nacionales en 1977 para ver quiénes seguían estudiando. En Filo está el padrón donde, si vos te ibas a censar, era una marca para que te vayan a buscar a tu domicilio.
–Insisto: llama la atención la gran cantidad de estudiantes desaparecidos en Filosofía y Letras.
–Sin embargo, la mayoría de las carreras eran bastante conservadoras, como Historia del Arte, Filosofía, y en las entrevistas están cruzadas por la situación actual, hay mucha reivindicación de ese período camporista y también están los que cuentan que echaron a un docente divino por gorila, que era liberal, aunque no era mal tipo, no era mal docente; pero también estaban Yuyo Noé, Paco Urondo. Cada familiar tiene su historia: entrevistar al hijo de Paco Urondo no es diferente a entrevistar a la mamá de Patricio Dillon, y para nosotros ocupa el mismo lugar. Hay un grupo de desaparecidos de la comunidad japonesa de Letras y que eran poetas. Habían estudiado en el Mariano Acosta y desaparecen con todo su grupo de literatura. A partir del ’76 se habla de una facultad oscura, cerrada, que no da ganas de ir; en una entrevista me decían que tenían las ventanas tapiadas. En el Museo Etnográfico, en la primavera camporista se cambiaron los nombres de los departamentos (como Historia del Tercer Mundo), cambian los nombres con relación a este clima de época; otra cosa interesante es cómo se elegían los directores de departamentos: en el libro de Ciencias de la Información se habla de que tuvieron que salir del prejuicio.
–¿Por qué?
–Encontramos una riqueza muy grande; por ejemplo, la directora fue elegida por una asamblea en la que participaron los no docentes, se los incluye en un perfil distinto.
–¿En la recopilación se ven momentos de violencia y violación de la autonomía universitaria?
–No tenemos registro de que haya habido represión dentro de la facultad, sí de caídas muy grandes cerca; de gente que estaba estudiando en Arquitectura sabemos que sí hubo represión dentro de la facultad, que hubo una especie de comisaría adentro, algo de lo que nosotros no tenemos registro en Filosofía y Letras.
–¿Qué registro hay de la resistencia en el ámbito universitario?
–Ahí vemos los intersticios, grupos de estudiantes que se reunían afuera de la facultad y leían textos que no se podían leer adentro, o algunos docentes que seguían leyendo ciertos autores. En Letras se seguía leyendo a Paco Urondo según el programa, o docentes que dejaban leer ciertos textos; y si venía alguna autoridad, lo daban vuelta o sacaban otro libro. Un entrevistado relató que “llegaba a la facultad y había gente que no estaba, compañeros que se sentaban al lado mío y ya no estaban más”; u otro historiador que se encontró con un compañero de militancia en la facultad y él no sabía que cursaba, y tampoco le preguntó porque en la época no había que preguntar. Después lo descubrió en el mural y era su compañero de militancia fuera de la facultad.
–Ver el mural impresiona por la juventud de las víctimas.
–Cuando se inauguró, en 2011, tuvimos el apoyo de Abuelas de Plaza de Mayo, que nos ayudó a digitalizar la información; y para los familiares fue muy importante ver las fotos ahí y recibir el legajo en papel, donde tiene parciales de puño y letra. También encontramos información de ellos en otros lugares: una compañera recuperó a su hermana y en su legajo figuraba que su mamá había estudiado Historia y en otra ficha académica descubrimos que también había empezado a estudiar Geografía, y su hermana recuperada estudió Geografía también, era una información muy valiosa para ellas. No se sabía que su mamá había dejado la carrera de Historia para comenzar a estudiar Geografía y permite marcar este tipo de lazos, que constituye un rompecabezas total. También tenemos cosas de despacho que son las notas que se presentan y encontramos esto de las materias. Encontramos en los papeles una sola clase de “Historia de las luchas populares en América latina” o “Vivienda popular”. El lugar donde nosotros nos formamos se debe una discusión sobre su historia y no la estaba haciendo, en general este período se saltea, hay cuestiones que obstaculizan la posibilidad de escarbar en la historia. Por eso el lugar fue la Cátedra Libre de Derechos Humanos.
–¿Cuál era el espíritu que animaba a la militancia?
–El cambio de la sociedad, la lucha por sus ideales. Se ve en las entrevistas, en la documentación. En la carrera de Artes, que sólo se pensaba en la cultura europea, se introduce una materia que fue “Historia del Arte del Tercer Mundo”, donde se habla de historia africana y el arte precolombino, y duró lo que un suspiro. Fue pensar a la sociedad de una manera distinta, se relaciona a la facultad no como un lugar de elite en la que nadie entra, y hablamos cosas que no nos entienden, sino que las cátedras nacionales tienen que ver con salir a la calle a hablar el idioma que habla la gente en la calle. En este trabajo estamos en contacto con Exactas, Económicas, Medicina, con Sociales, con gente de Derecho, con Arquitectura, donde hubo un proyecto de memoria que terminó en un mural muy grande. Trabajadores no docentes nos contaron que llegaba acá documentación de Medicina y se revisaba quién podía seguir estudiando y quién no. O con la carrera de Sociología, que siguió en Derecho, las entrevistas nos permiten reconstruir las historias de vida y la dinámica de la facultad, qué se charlaba, qué se discutía. A partir de 1981 se empezaron a ver ciertos movimientos, y lo que se hablaba en los pasillos nos sirve para reconstruir y romper mitos de que todos los que se quedaron eran malos y los que se fueron eran buenos, y esto sigue circulando en la facultad: la documentación marca la represión y el testimonio marca el intersticio, los espacios que a los codazos se lograron para poder avanzar. No hay que olvidar que algunas materias se daban en La Manzana de las Luces, en el Rojas, en Viamonte al 400, Sociología funcionó en una sede de la calle Florida: esto de desarmar, desestructurar los lazos sociales mudándolos, separando, y no ver toda la facultad como una cosa militante. Por ejemplo, cuando fue el golpe en Chile, un estudiante de Letras que cursaba Gramática, luego de una asamblea, sube las escaleras y dice: “Voltearon a Allende, vamos”. Y todos lo miraron y siguieron con Gramática, es decir, lo miraron y siguieron de largo. En nuestro trabajo también encontramos reticencias, gente que no contesta o dice que lo hará más adelante, sobre todo los que aún tienen vida dentro de la facultad que ahora son docentes con un cargo alto por la edad que tienen, nos cuesta más entrevistarlos que los que se fueron del ámbito universitario. En 2011 definimos las tres patas del proyecto: historias de vida, historia social e historia oral. Me parece interesante cómo estudiantes de diversas clases sociales trabajaban en forma colectiva y es algo que nosotros queremos recuperar en este proyecto como un desafío. Hoy en la universidad, en la actividad académica, todavía hay una práctica muy individual; y acá hay un tratamiento muy colectivo y nosotros en este trabajo queremos recuperar ese proyecto que se da en las entrevistas todo el tiempo: nadie era uno, cuando hablan las Madres, hablan de todos los hijos en conjunto, es una enseñanza muy grande todo este proceso histórico de recuperación de memoria de las Madres, las Abuelas, de los Familiares que hablan de todos los hijos y no de un hijo en particular. Las Madres quieren empezar a contar desde la desaparición, “yo soy la mamá de tal que desapareció tal día”, y a nosotros nos interesa la vida previa, saber de dónde venían, quiénes eran sus padres; tenés de las escuelas religiosas, de otras provincias y vinieron a Buenos Aires a estudiar otra carrera, y otra cosa es que la facultad es el lugar donde pierden a sus hijos; en el colegio secundario, el hijo es parte tuya, más cercano. Historias de vida donde recuperamos la letra, las fotos, recuperar el parcial, las anécdotas…
–El deporte, la actividad artística…
–El equipo de fútbol de Filosofía y Letras fue campeón en los dos años anteriores al golpe; el campeonato se hacía en la Ciudad Universitaria, aquí tenemos un compañero desaparecido que se lo recordaba como un defensor rústico, y queremos reconstruir el equipo de fútbol y el coro de la facultad, que se juntaban en la sede de 25 de Mayo al 200, que sigue existiendo, y un grupo de teatro. Un compañero quiere hacer la entrevista caminando por la zona de Independencia y Urquiza “porque me voy a acordar de un montón de cosas”, y trabajar con Graciela Daleo es fundamental porque nos guía y nos va marcando desde la experiencia. Es la coordinadora del proyecto, pero es una más haciendo entrevistas. Hay de todas las edades: hace poco se incorporó una compañera de 19 años, estudiante de Geografía. Hay mucho por construir.
fuente: www.pagina12.com.ar