viernes, abril 26, 2024
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Respirar, Manuel Vicent

Manuel Vicent Recatalá (VillaviejaCastellón1936) es un periodista y escritor español. Después de obtener la Licenciatura en Derecho por la Universidad de Valencia, se trasladó a Madrid, donde cursó estudios de Periodismo en la Escuela Oficial, colaborando en las revistas Hermano LoboTriunfo y otros medios. Ahí conoció al también periodista y escritor Francisco Umbral, que más tarde lo definiría como «calvo y joven, judío de ojos claros, experto en pintura, irónico y gélido». Sus primeros artículos sobre política los publicó en el diario Madrid y, posteriormente, en El País -medio en el que continúa colaborando- unas crónicas parlamentarias que lo hicieron famoso. Su obra comprende novelasteatrorelatosbiografíasartículos periodísticoslibros de viajes, apuntes de gastronomíaentrevistas y semblanzas literarias. Sus novelas Tranvía a la Malvarrosa y Son de mar han sido adaptadas para la gran pantalla de la mano de José Luis García Sánchez y Bigas Luna, respectivamente. Es, también,galerista de arte, una de sus más conocidas pasiones. Algunas de sus novelas han sido llevadas al cine y por ellas ha obtenido numerosos premios, entre ellos el Nadal en 1987 y el Alfaguara en 1966 y 1999.   

Aprender a respirar es toda una hazaña espiritual. En este caso no se trata solo de inhalar por la nariz lenta y profundamente el oxígeno del aire para llenarte de energía nueva, llevarlo hasta el fondo de los pulmones, retenerlo lo más posible y exhalar por la boca para liberar la energía vieja convertida en anhídrido carbónico.

La hazaña espiritual consiste en ser capaz de recuperar con este ejercicio de respiración algunos de los perdidos aromas que a lo largo de la vida se han constituido en una estructura de tu memoria.

Para la gente de mi generación es el olor a linotipia de aquellos cromos de futbolistas y tebeos, el de los lápices Alpino y el de las gomas de borrar con sabor a coco, el del confesionario donde el pecado de la carne se confundía con el aliento a tabaco de picadura que fumaba el confesor, el de la brea de las barcas varadas en la playa, el del jabón Heno de Pravia que se usaba en casa, el del pegamento de los parches en el neumático de la bicicleta, el de las tahonas y confiterías que en los antiguos Sábados de Gloria horneaban las monas de Pascua, el de los salazones en la alacena, el de alcanfor del armario ropero, el del serrín húmedo con que se barría el bar y el cine del pueblo, el de las jaras que te arañaban las pantorrillas en las excursiones por el monte en primavera, el de los pinos mojados después de una tormenta de verano, el del humus de las hojas fermentadas de otoño.

Después de tantos años esos aromas están todavía en el cerebro. Se trata de respirarlos con el pensamiento y a la hora de exhalarlos liberar también como el anhídrido carbónico, que los acompañaba, la miseria de post-guerra, la represión y el silencio de cuantos fueron obligados a callar.

Inspirar, exhalar, es como escalar la propia montaña. De subida todo claro, de bajada todo oscuro, así una y otra vez hasta aprender que tu vida está en el aire.

Fuente: www.elpais.com

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