Julio Ardiles Gray nació en Monteros (Tucumán), en 1922. Integró el grupo La Carpa, fundado en esa provincia en 1944 por el poeta jujeño Raúl Galán, que le publicó sus dos primeros libros de poesía: Tiempo deseado y Cánticos terrenales. Fue jefe de Teatro y Cine de LA GACETA, luego emigró a Buenos Aires, donde se desempeñó como secretario de redacción de Primera Plana; redactor del diario La Opinión; editor de suplementos del diario Convicción. Es autor de Los amigos Lejanos; Los médanos ciegos; Égloga, farsa y misterio; Cuentos amables, nobles y memorables; Las puertas del paraíso; Vecinos y parientes; Historia de taximetreros; Como una sombra cada tarde, e Historias de artistas, etc. Hasta su muerte fue colaborador de LA GACETA Literaria, falleció en 2009.
“Aparte de Carlos Abrehu y de vos, ya no conozco a nadie en la redacción, Chicho chico”, me dijo ese lunes a la tarde El Chivo, y se sentó a la par de mi escritorio para conversar. Entusiasta, inquieto, era un gran motivador de los jóvenes cuando percibía talento. Hacedor de cultura, que soñaba con un Tucumán grande, por su inventiva y picardía semejaba un personaje de su amado Molière. Detrás de la chiva locuaz, de los chicatos anteojos, de los gestos de humor, aparecía siempre la inteligencia y la acuidad de un hombre que no puso en un altar las ideas, sino que las llevó a la práctica. Periodista, escritor, crítico teatral, llevaba tatuado en el alma a su Monteros natal. Ese 29 de julio de 2002, fue la última vez que nos vimos. “Me he pasado la vida despidiéndome, en estaciones y aeropuertos… ahora me toca partir pero en el andén no hay nadie… no sé si a donde voy alguien me estará esperando o si el andén estará vacío como este tren en el que viajo”, habrá quizás murmurado, antes de que los 87 años de Julio Ardiles Gray se callaran definitivamente en Buenos Aires, el 19 de agosto de 2009. He aquí un fragmento de aquella última charla.
– Fuiste uno de los impulsores del Septiembre Musical Tucumano, ¿cómo se gestó?
– El Septiembre Musical partió de una idea de David Lagmanovich, que trajo al Consejo Provincial de Difusión Cultural a Oleg Kotzarew para desempeñarse como vocal; la idea surgió de hacer algo parecido al Mayo Musical Florentino. Yo no alcancé a ver el primer Septiembre Musical porque me fui en el 60 y este se hizo en el 61. En mi función estuve del 58 al 60, un año y medio. El Consejo duró 18 años; pasó revoluciones, golpes de Estado, desgracias económicas, pero tenía una virtud: el 5% de los juegos de azares se destinaba a su presupuesto. Luego, con Bussi volvió a la verticalidad y le quitó la autarquía financiera; anuló el Conservatorio de Arte Dramático. Lo sacó porque dijo que era marihuanero, subversivo. En nuestro país, los dictadores siempre tienen terror a la palabra. Por eso, en las dictaduras hay mucha música y poco teatro y poca novela. Ellos tienen terror a la palabra porque aunque sea una alegoría el teatro siempre habla de la libertad. Por eso, cuando vienen los militares hay mucha música, pero sin letra, ojo. Son iletrados.
– Ustedes desarrollaron una importante labor cultural…
– Empezamos primero con los llamados conciertos didácticos. Hacíamos pequeños conjuntos: dúos, tríos, quintetos. Teníamos un jeep destartalado y andábamos desde La Cocha hasta Tafí Viejo, llevando clásicos, pero explicando quién era cada uno, las diferencias entre un clásico, un romántico o un barroco. Y la gente se prendía totalmente. Yo creo en la pedagogía cultural, de ahí para adelante es imparable. Fijate que los veteranos que están en el Teatro Estable salen de los seminarios de Rodríguez Muñoz en el 58 y la segunda tanda salió del Conservatorio Provincial de Arte Dramático. Cuando volvió la democracia en el 83, no se reflotó el Consejo de Difusión Cultural, fue una ley olvidada. Entonces le propuse al rector Luis Salinas hacer la Escuela de Teatro en la Facultad de Artes. Y ahora hay 40 conjuntos independientes haciendo teatro en Tucumán.
– Son los que mantienen viva la actividad teatral.
– Claro. El Teatro Estable existe, pero es un repositor de los clásicos nacionales y extranjeros. Por suerte, se ha creado el Instituto Nacional de Teatro que le tira unos pesos a los independientes porque de ellos viene la creación, la vanguardia. Nosotros teníamos un amigo que se llamaba Alberto Burnichon, en los años 40. Amaba el teatro; creó el Taller de Teatro que no tenía subvención ni una sala donde ensayar. Se hicieron las primeras obras con estudiantes universitarios.
– Fuiste el mentor y el primer presidente del Consejo de Difusión Cultural…
– Cuando a mí me llama Celestino Gelsi en el 58, me nombra director de Cultura. Fijate el desorden que había: existía una Dirección de Cultura y una Comisión Provincial de Cultura que eran autónomas. Esta última era ad honorem. Yo ganaba en esa época como director $4.000, por supuesto renuncié a LA GACETA por razones de honestidad. Me encontré con ciertas cosas como las siguientes: el presupuesto anual representaba cuatro sueldos míos, de los cuales el Salón de Artes Plásticas se llevaba la mitad. Entonces qué se podía hacer: una conferencia, un conciertito y después gratis, gratis, gratis… Estaba por salir la Ley del Casino, entonces le pedí a Gelsi un 5% de las ganancias. Cuando me fui dejé un presupuesto de $4 millones para actos culturales. No se puede hacer cultura ni educación gratis, porque los maestros y los artistas tienen la mala costumbre de comer. Eso de ir a manguearlos para que canten o toquen el piano gratis, no.
– La ley original que es de tu autoría, preveía concursos periódicos en los cuerpos estables.
– Sí, claro. Todos los concursos se cumplieron mientras funcionó el Consejo. La importancia de los concursos es que vayan los mejores, no el amigo que desentona o el que es ronco, o el desafinado que toca el violín para mamá o papá, no puede ser que sea primer violín. En este país hay que evitar el amiguismo, el comité, la unidad básica, todas fuentes de nuestros males que han ocasionado un desastre en nuestro país… En esa época en el teatro se hacían contratos por obras. Era mejor.
– ¿Cuál es la función del crítico?
– El crítico es el espectador privilegiado, el que habla en nombre de los que reciben el último tramo del hecho teatral. Si no existe el crítico no existe el público porque mal o bien, este da un punto de vista, una perspectiva. El público que va después dice si este tiene o no razón. Si no hay crítica, los actores del teatro oficial se pueden adocenar, convertirse empleados públicos y una vez que entran en el presupuesto, no salen nunca más hasta que se jubilan.
– ¿Cómo se forma un crítico?
– En mi época, era viendo las obras, leyendo, porque no había ningún elemento referencial. Todos nos hicimos pragmáticamente. Pero ahora los críticos tienen que estudiar. Hay una ciencia que es la semiología, las estructuras teatrales, la estética, antes adónde ibas a estudiar; ahora hay una Facultad de Artes. La crítica era antes estilística: me gusta o no me gusta.
– ¿Qué impronta le diste a la promoción del teatro?
– A la política teatral la tomé del Théâtre National Populaire (TNP), de Jean Vilar. Es decir: teatro popular no es teatro populista, es darle a las masas los grandes clásicos, darle la cultura, no menospreciarlas dándoles basura, sexo, violencia. Eso lo quise aplicar yo. Y cuando estuve en Francia pude verlo, el precio de la entrada equivalía al valor de un paquete de cigarrillos.
– ¿Por qué la cultura no forma parte de las prioridades de la clase dirigente el país?
– Cuando tengamos una clase política culta vamos a tener un sistema financiero cultural. Si el Casino gana 40 millones de pesos, dos millones deben ser para la cultura, para la educación. El consejo o la dirección de escuelas deberían ser autónomos con porcentuales de rentas propias para que los maestros tengan un buen sueldo. Cuando un gobernador es bruto y no le interesa la política cultural, si no quiere hacer una agencia de propaganda de la Dirección de Cultura, debe entregarles a los artistas y a los maestros la administración de su patrimonio; vamos a andar así perfectamente bien. El Consejo funcionó bien durante 18 años. El viejo sueño de Juan B. Terán de que la clase dirigente saliera de la Universidad, no se ha cumplido. Celestino Gelsi era un tipo culto, le encantaba la ópera, tocaba el piano y cantaba desafinado, iba al teatro. El primer acto cultural fue traerlo al “Negro” Pablo Rojas Paz para enterrarlo en el segundo balcón del camino a San Javier porque él era su amigo. Para mí los tres mejores gobernadores que tuvo Tucumán fueron Ernesto Padilla, Campero y Gelsi.
Fuente: Roberto Espinosa para https://www.lagaceta.com.ar/