viernes, abril 19, 2024
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León Tolstói, el sentido de la vida

Lev Tolstói cuenta con una buena producción de obras maestras. Sus Ana Karenina o Guerra y paz se estudian desde hace décadas como máximos exponentes  de lo que la humanidad es capaz de hacer a nivel literario, pero es que incluso fuera de esos géneros se mostró como un auténtico genio. Prueba de ello es la obra que nos ocupa aquí, Confesión, una de las más espirituales y decisivas de su trayectoria.

Pese a su corta extensión, Confesión es una de las obras más notables del escritor y pensador ruso Lev Tolstói, sin duda uno de los grandes referentes de la literatura universal gracias, aparte del libro que aquí tratamos, por sus obras maestras: Guerra y paz, Ana Karenina La muerte de Iván Illich.

Las páginas de Confesión se engloban fuera del trabajo novelístico de Tolstói, siendo un referente de su obra filosófica y religiosa. Unas páginas en las que el autor ruso nos relata un aspecto de su vida que terminaría ocupando buena parte de su pensamiento: su relación con la fe. A través de sus propias palabras somos testigos de la relación con lo espiritual de Tolstói, desde sus primeros pasos al ser criado en el seno de la religión cristiana ortodoxa, pasando por el abandono de sus creencias durante su juventud hasta la madurez, en unos años en los que el autor nos demuestra que, pese a tener lo que podríamos denominar una «buena vida», él no pudo lograr sentirse feliz, sino, muy al contrario, totalmente perdido y desesperado.

Tanto es así que nos sorprenden las confesiones de Tolstói sobre sus recurrentes pensamientos de suicidarse, con una frialdad y unos razonamientos tremendamente dramáticos. Más aún si pensamos que esos pensamientos se producían en una etapa de su la vida en la que contaba ya con una numerosa familia que dependía de él y que se esforzaba por mantener y cuidar.

«Me preguntaba: ¿cuál es el sentido de la vida más allá del tiempo, la causalidad y el espacio? Después de enfrascarme en un arduo trabajo mental, solo pude responder: ninguno»

Ante tal perspectiva, Tolstói empieza a investigar en torno al sentido de la vida y a analizar las diferentes respuestas que la filosofía y los intelectuales de la historia han encontrado. Sin embargo, poco a poco constata que ninguna opción parece satisfacerle, pues antes o después termina encontrando algún escollo que le impide alcanzar su objetivo. De esta manera, Tolstói va cayendo en un pozo del que se siente incapaz de salir pese a que la solución a su problema ha estado siempre al alcance de su mano, solo que no había sido capaz de darse cuenta: en las raíces cristianas de su infancia. Como suele ocurrir, la respuesta le llega a Tolstói cuando ya no se la espera y parece haber tocado fondo.

Tras retornar a la fe cristiana, Tolstói recupera la alegría y, lo que es más importante, una nueva razón para vivir. Pero esas certezas no le llegan por las instituciones religiosas o por la labor pastoral de sus sacerdotes, sino de los fieles de a pie, de los hombres y mujeres que viven su espiritualidad de la manera más sencilla, sin hacer aspavientos. Aquellos que tienen las creencias tan enraizadas en su vida que no necesitan andar explicándolas o justificándolas, porque se reflejan en su confianza en el destino que Dios ha trazado para ellos. Es en esa visión simple, sincera y arraigada a la vida del campo donde Tolstói encuentra lo que busca, y en la que terminará integrándose.

«Acabé amando a esa gente. Cuanto más profundizaba en sus vidas (…) más los amaba y más fácil se me hacía vivir (…) Una profunda transformación para la que me había ido preparando mucho tiempo atrás y siempre había estado predispuesto. La vida de nuestra clase, la de los ricos y los sabios, no solo se volvió desagradable para mí, sino que perdió todo sentido. Todos nuestros actos y pensamientos, nuestra ciencia, nuestro arte, se revelaron como una mera complacencia. Comprendí que allí no era posible encontrar un sentido. Los actos del pueblo trabajador, de aquellos que crean vida, se me presentaron como el único camino posible. Comprendí que el sentido que proporcionaba esa vida era la verdad, y la acepté»

Una espiritualidad propia

El autor ruso nos ofrece por tanto en este libro una visión religiosa muy personal, alejada de toda ortodoxia e íntimamente relacionada con la persona, con el individuo que experimenta esa fe. Una fe que parece surgir como respuesta a esa búsqueda infructuosa de sentido que parece ser la vida, alejada del misterio y la espiritualidad. Puesto que en la realidad no había conseguido encontrar lo necesario para vivir de manera plena, Tolstói entendió que solo podría lograrlo aferrándose a algo superior y más allá de la realidad material de las cosas. Cree, básicamente, porque quiere creer. Se agarra a la fe como a una tabla de salvación para poder vivir de manera plena, pues solo a través de esas creencias cobra sentido su existencia. Sin ella, enclaustrado por la razón, la lógica y la experiencia empírica, no ve posible la confianza que ansía. Para él, bajo ese prisma lo único que puede otorgarle la vida es la muerte, pues ella es lo único que le puede hacer escapar del sinsentido de la vida. La muerte sería la consecuencia natural de la innegable existencia del sufrimiento.

Aunque pueda parecerlo, el libro no es una apología a nivel teológico a favor de ninguna religión. De hecho, la impresión general es que Tolstói terminó apostando por una espiritualidad propia. Si bien tomaba múltiples aspectos de la Biblia y la tradición cristiano-ortodoxa, quizá por razones culturales, más que la misa y los rituales propios del cristianismo, Tolstói parece sentirse atraído por la parte más mística y espiritual de la fe, que le ofrece una mayor libertad.

«(…) Estaba dispuesto a aceptar cualquier fe a condición de que no exigiese de mí la negación directa de la razón, puesto que esa negación habría sido una mentira (…) A pesar de las concesiones de todo tipo que hacía, de todas las discusiones que evitaba, no podía aceptar la fe de esa gente. Veía que lo que hacían pasar por fe no era la explicación, sino el oscurecimiento del sentido de la vida (…) lo que me alejaba, más bien, era que las vidas de esas personas eran parecidas a la mía, con una única diferencia: ellos no vivían de acuerdo a unos principios que formulaban a exponer su fe»

Lo cierto es que, tras su conversión, el escritor ruso pareció ser capaz de recuperar la alegría de vivir, sentimiento que ya no perdería. El libro es, por tanto, no solo un valioso testimonio del valor de la fe como elemento de estabilidad emocional para Tolstói, sino también un agradable paseo por su vida que nos ayuda a comprender y entender la personalidad y los valores éticos de uno de los más grandes escritores que ha dado la historia de la literatura.

Fuente: Jaime Fdez-Blanco Inclán para https://www.filco.es/

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