Ignorancia vs. tecnología

4Nuestra era ha embanderado la tecnología como una nueva Ilustración. Hace algunos años, la ONU y el MIT lanzaron el programa “Una laptop por niño”, en una especie de cruzada mundial de educación bajo el supuesto de que tener una computadora era un derecho universal –casi tan fundamental como la comida– y el detonador de la liberación de las fuerzas opresoras de la pobreza y la dictadura. La computadora, sugiere el director del Media Lab del MIT y cabeza del proyecto, Nicholas Negroponte, es la herramienta de conocimiento más poderosa de la historia. En esto estaría de acuerdo Steve Jobs, quien en varias ocasiones habló del poder de las computadoras de revolucionar el aprendizaje, y quien, incluso más que Negroponte, se encargó de evangelizar al mundo y hacer que las computadoras fueran ya no sólo deseables sino imprescindibles (al menos para nuestra percepción).

No hay duda de que la tecnología moderna ha “revolucionado” el conocimiento, pero quizás, a diferencia de lo que supone Negroponte, esta revolución no ha significado una verdadera Ilustración, ni un incremento de un conocimiento capaz de mejorar la vida de las personas y, por qué no, de liberarlas de la opresión política y social –que a fin de cuentas es el sentido esencial del conocimiento: usarse para vivir bien, no sólo para informarse. Quizás ha ocurrido lo opuesto, de la misma manera que la evangelización de la Iglesia Católica significó el yugo y la pérdida de tradición e identidad de los pueblos indígenas de América. Negroponte y la ONU fundamentalmente reparten computadoras en África, pero esta evangelización tecnológica ha ocurrido de manera global, casi sin que nadie se inquiete por lo sucedido. Y es que asumimos que las computadoras y la tecnología no tienen ninguna agenda y son esencialmente bienes materiales de gran valor cultural. (El filósofo anarcoprimitivista John Zerzan sugiere que existe “una intencionalidad en la tecnología… La Revolución Industrial no fue sólo sobre economía. Como dice Foucault, fue más sobre imponer una disciplina”).

Hace algunos años con la llegada del Internet se decía que vivimos en la era de la información. Esto es indudable, todos hemos escuchado sobre cómo en nuestra época cada 5 años o algo así se duplica la cantidad total de información que generamos. El problema es que más información y más “especialistas” no nos hacen como individuos ni como sociedad más sabios. A fin de cuentas la persona que puede contestar innumerables preguntas de trivia es sólo una curiosidad, la persona verdaderamente admirable es la que puede integrar toda esa información y aplicarla no sólo para producir algo valioso según el mercado –como un nuevo gadget– sino para aplicarla en su vida diaria y vivir sana y felizmente (independientemente de las presiones de su entorno). Esta es la forma de hacer real la información que de otra manera sólo nos lleva a estar inmersos en un torrente virtual de data, que nunca para, pero tampoco llega a ningún puerto, nunca está en paz.

Es posible que nos estemos apantallando por la cantidad de información que manejamos y confundiéndola con conocimiento cualitativo. Karl Taro Greenfeld escribe en un artículo en el New York Times:

Nunca ha sido tan fácil fingir que sabemos tanto sin verdaderamente saber nada. Elegimos temas y bits relevantes de Facebook, Twitter o alertas de email y los vomitamos después. En vez de ver Mad Men, el Superbowl, los Óscar o el debate presidencial, simplemente puedes navegar los feeds de alguien haciendo live-tweets del evento o leer los encabezados de los diferentes sitios. Nuestro canon cultural está siendo determinado por lo que sea que tenga más clics.

Un estudio reciente sugiere que las personas que dicen ser expertos en realidad no lo son y existe una tendencia innata a exagerar lo que sabemos. Quizás esto está pasando a escala global: una alucinación colectiva de creer o fingir que sabemos. “Nos acercamos peligrosamente a dar un performance de sapiencia que es en realidad un nuevo modelo de no-saber-nada”, agrega Taro Greenfeld. ¿Saber un poco de todo es lo mismo que no saber mucho de nada? O, ¿de toda esta panoplia de trivia, de todas las conexiones de datos superfluos, del agregado hipervinculado surge, como de una gestalt holística, la sabiduría?

En otro ensayo en el New York Times, astutamente titulado “Our (Bare) Shelves, Our Selves” (algo así como “Nuestros libreros vacíos hacen de nuestros seres ceros”) , Teddy Wayne escribe:

Los medios digitales nos entrenan para ser consumidores de banda ancha más que pensadores reflexivos. Descargamos una canción, un artículo, un libro o una película instantáneamente, la vemos (si es que no nos quedamos distraídos revisando el infinito inventario que se ofrece) y avanzamos a la siguiente cosa inmaterial.

Esto parece ser lo que está ocurriendo, la simple tesis de que sabemos más datos, sobre muchas más cosas, pero en realidad conocemos menos cosas a fondo, y tenemos menos capacidad de transformar lo que conocemos en algo valioso (y no me refiero a algo con lo que podemos ganar dinero). Somos cada vez más superficiales, adictos a tener cosas, a la pura materialidad, y menos capaces de profundizar y menos interesados por las ideas y los aspectos inmateriales de la realidad.

El lector podrá claramente argumentar en contra de la tesis de este artículo que, en “la era de la ignorancia”, cómo es posible que el autor sepa que no sabemos. ¿Acaso no hay una contradicción? Ciertamente será un buen punto, pero me parece que es posible argumentar, con Sócrates, que el primer paso hacia el conocimiento es aceptar la propia ignorancia y esta humildad no es algo que uno pueda apreciar en la ciencia y en la tecnología modernas que avanzan con una supuesta seguridad inexorable a conquistar la realidad bajo un estrecho paradigma materialista, que poco se pregunta sobre las consecuencias que su “conocimiento” produce en la psique de los individuos y en su búsqueda de significado, y que impone su visión de mundo (de la misma forma que los misioneros religiosos). Por otro lado, más allá de citar estadísticas de lectura, desigualdad, destrucción ecológica o demás cifras que podrían indicar un deterioro cualitativo de nuestra experiencia en el mundo, me remito a la observación del entorno, justamente a la dimensión cualitativa de la realidad y hago una pregunta al lector: si en su entorno nota un incremento del conocimiento que hemos aquí definido como de uso práctico, ético y hasta espiritual (no necesariamente en el sentido religioso, pero que llena de significado la existencia).

En la segunda parte de este ensayo seguiremos la tesis del poeta Charles Simic, quien en 2012 describió nuestra era como “la Era de la Ignorancia”, notando que cada vez los jóvenes a los que enseña literatura en la universidad llegan con menos conocimiento y que existe, como si fuere, una estupidización generalizada de la población en Estados Unidos, la cual es sumamente conveniente para la clase política y la élite empresarial.

Fuente: http://pijamasurf.com/2016/01/vi

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