La pandemia aceleró la encrucijada decisiva de la escuela moderna. ¿Cómo hacer para que el aprendizaje se expanda en la vida de los/as estudiantes y no quede aislado y encapsulado dentro de la escuela?
El problema que afrontamos tiene dos caras. La primera es estructural e histórica. Se trata de la idea de la escuela-cuadrada. Este modelo de escuela ha triunfado en todo el mundo. Es una escuela obligatoria, con reglas y rutinas que establecen el orden en serie, que fabrican cada día el impulso hacia el deber de aprender. Esta gramática escolar nos ha permitido que millones de personas de todas las épocas aprendan incontables cosas para mejorar su lugar en este mundo. Fue su disciplina, su poder masivo y sistémico, su estructura la que logró semejante suceso.
La segunda cara es coyuntural y política. Se trata de la posición que solo puede entender a la educación como “horas de clase presenciales”. Esta posición permite justificar la importancia de la presencialidad escolar pero recae en el formato estructurado, donde la experiencia de aprendizaje se produce solo en tiempo de clases en aulas con docentes. Entonces cada día presencial que se pierde es un día “sin educación”.
Fuera de la pandemia la escuela cuadrada tiene un problema evidente. Es una escuela des-apasionada, una escuela compulsiva, aburrida y muchas veces abrumadora. Una escuela que clasifica el conocimiento, lo homogeneiza, lo “encuadra”, lo traduce en contenidos enseñables, medibles y acreditables. Este proceso burocratiza el aprendizaje y lo hace más lento, más ajeno, más volátil. Su éxito masivo es también su fracaso en la intimidad de cada alumno/a que padece el aprendizaje. Lo sabemos por incontables investigaciones y por experiencia propia.
En pandemia, a este problema estructural de aprendizajes limitados por el propio formato de la escuela cuadrada, se le agregan dos problemas adicionales. El primero es que la presencialidad está inmersa en la fragmentación que produce la excepcional situación. Los alumnos van medio día o una semana por medio o alternan días. Están en aulas con barbijos, distanciamiento y limitaciones. Muchos grupos interrumpen sus clases cuando hay contagios y vuelven a virtualidad. La experiencia de la presencialidad es limitada e incierta. El segundo es el riesgo sanitario: la escuela presencial es un lugar que amplía la circulación de las personas y genera más posibilidades de contagio (dentro de las escuelas y alrededor del movimiento social que genera). Por eso en situaciones críticas las cuarentenas requieren suspensión de clases presenciales (idealmente por períodos cortos de tiempo, para que realmente sean cuarentenas integrales fuertes que reduzcan de manera rápida la circulación del virus).
Este proceso burocratiza el aprendizaje y lo hace más lento, más ajeno, más volátil. Su éxito masivo es también su fracaso en la intimidad de cada alumno/a que padece el aprendizaje. Lo sabemos por incontables investigaciones y por experiencia propia.
¿Qué podríamos hacer para atacar los tres problemas al mismo tiempo? ¿Cómo hacer para lograr mayor impacto de los aprendizajes con menos presencialidad escolar?
Es evidente que la presencialidad tiene incontables beneficios para los estudiantes y también permite que sus padres trabajen mientras están al cuidado de la escuela. La presencialidad permite el encuentro social y el aprendizaje entre pares, algo vital para la salud emocional de los/as alumnos/as. Pero la pandemia nos obligó a redefinir el espacio-tiempo del aprendizaje. Cuanto más fijos quedemos en el modelo escuela cuadrada, más sufriremos cada hora sin clases presenciales.
Las respuestas a este dilema están ampliamente documentadas en la investigación educativa. Tenemos una extensa literatura que ha estudiado y experimentado las maneras en las cuales convertir la escuela cuadrada en una escuela circular.
¿Qué es una escuela circular? Es una escuela que expande el aprendizaje, que desafía a los estudiantes, que los llena de sed por seguir aprendiendo. Es una escuela, en definitiva, que rompe con el espacio y el tiempo, que genera el deseo, la pulsión, el interés y las posibilidades reales de seguir aprendiendo fuera de las cuatro paredes del aula.
¿Cómo se logra esto en el contexto de la pandemia?
1.Con prácticas pedagógicas que generen sentido, tengan continuidad, ritmo y poder de transferencia (aprendizajes que pueden ser usados fuera del contexto escolar). El trabajo por proyectos o basado en problemas -bien diseñado- es una dinámica bien conocida para lograr esto.
2.Priorizando e integrando el currículum. Es clave encontrar las columnas centrales de lo que hay que aprender, conectar las partes, generar una narrativa donde los alumnos vean constantemente el camino a seguir (pedagogías visibles) y el sentido de lo que están atravesando (el juego completo).
3.Trabajando la heterogeneidad con distintos recorridos. No hay una sola vía al aprendizaje. Hay que abrir distintas trayectorias y trabajar en modelos de tutoría para acompañar individualmente a cada alumno/a. Usar mucha retroalimentación y evaluación formativa para prevenir dificultades a tiempo. Aprender de los modelos de aceleración de aprendizajes, escuelas de alternancia o de retorno a la escuela (como el exitoso programa “Vuelvo a estudiar” de Santa Fe).
4.Con recursos educativos de calidad y conectividad. La posibilidad que brinda la tecnología permite, como nunca antes, romper la frontera espacio-temporal de la escuela. El punto nodal es integrar a los/as alumnos/as a una plataforma o a un sistema educativo digital, como anticipamos antes de la pandemia[1]. Una plataforma pública es una expansión del sistema educativo escolar: permite recorrer contenidos multimedia, realizar actividades, mantener un ritmo y la secuencia del currículum y facilitar el trabajo de docentes y alumnos. Esto se está desarrollando en Argentina con la plataforma Juana Manso y distintas iniciativas provinciales, pero tenemos mucho para aprender de lo logrado en el vecino Uruguay con el Plan Ceibal.
5.Con escuelas que sean nodos centrales de inclusión. En esto es central la figura de los directivos y la creación de un clima desafiante que genere una constante conversación basada en la pregunta, el aprendizaje entre pares y la búsqueda creativa y solidaria de alternativas.
Estos cinco caminos requieren políticas educativas potentes, con financiamiento y coordinación. En una investigación reciente exploramos los sistemas educativos que lograron mejorar en América Latina[2]. Aprendimos lo importante que es desarrollar una plataforma de gobierno de la educación. La mejora es posible solo si se entiende y respeta la cultura del sistema educativo. Esto permite construir en base a la legitimidad y la confianza, no mediante la imposición o el conflicto. La mejora se logra cuando hay metas muy concretas que se pueden comunicar, explicar y apropiar por parte de los docentes.
La presencialidad permite el encuentro social y el aprendizaje entre pares, algo vital para la salud emocional de los/as alumnos/as. Pero la pandemia nos obligó a redefinir el espacio-tiempo del aprendizaje. Cuanto más fijos quedemos en el modelo escuela cuadrada, más sufriremos cada hora sin clases presenciales. Compartir:
Con estas bases es necesario transferir capacidades: generar circuitos de formación, aprendizaje horizontal y redes entre escuelas. Estas redes requieren nodos centrales de compilación, producción y distribución de recursos educativos de calidad: diseños curriculares coherentes, alineados, desafiantes y viables; recorridos pedagógicos que sean apropiados y multiplicables; aprendizajes de lo que funciona que den valor a lo que se produce en el propio sistema educativo.
El camino hacia una escuela circular es largo y complejo. No se logrará en unos meses. Pero es un camino sintagmático: todo el tiempo se puede avanzar. Cada paso en esa dirección se reproduce -como un virus- expandiendo el aprendizaje en los/as estudiantes. Necesitamos llenar de educación sus vidas: que investiguen, que lean, que se hagan preguntas, que se cuenten lo que aprenden para consolidarlo y valorarlo. Las largas horas de los días son un terreno a conquistar por el sistema educativo: que no todo dependa de lo que pasa dentro de las salas de clase, pese a que seguirán siendo la piedra basal del sistema educativo.
Sabemos que es muy difícil este recorrido y está lleno de obstáculos. Pero este tiempo trágico que nos ha tocado nos obliga a repensarlo todo. Es tentador pensar a los años 2020-21 como un paréntesis del cual queremos salir cuanto antes. Quizás es mejor verlos como una bisagra que nos permitirá invertir en una escuela circular, expandida en la vida de los/as estudiantes.
El autor es Profesor, Investigador y Director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés.
[1]https://www.cippec.org/publicacion/un-sistema-educativo-digital-para-la-argentina/
[2]https://www.llavesdelaeducacion.org/
Fuente: Axel Rivas, investigador y director de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés, para https://panamarevista.com