jueves, marzo 28, 2024
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Humberto Maturana, Albino Gómez

Esta entrevista fue hecha por el autor a Humberto Maturana en 2006, cuando fue a Santiago de Chile invitado a la asunción a la primera presidencia de Michele Bachelet. «No podía perder la oportunidad de conocer personalmente al más importante pensador chileno, reconocido mundialmente, que acaba de fallecer en el pasado junio, a los, 92 años», señala Albino Gómez.

Había comenzado su vida científica como estudiante de medicina en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile (1948), continuando sus estudios en Gran Bretaña. Y en 1958 obtuvo su doctorado (Ph.D) en Biología en la Universidad de Harvad. Por supuesto publicó decenas de libros y su obra más difundida en nuestro país fue “El Arbol del Conocimiento”, que como el resto de sus obras ha sido traducida en varios idiomas. Cuando lo visité en 2006, continuaba investigando ya no en la Universidad sino en  su Instituto de Formación Matríztica”, una muy modesta casona barrial,  donde me recibió y lo escuché durante casi dos horas, en una reflexiva meditación entre la biología y la filosofía. .

Maturana comenzó expresando que para conocer hoy su mirada básica , lo mejor era hacerme saber qué se pensaba y se hacía en su Instituto de Formación Matríztica, que surgió como un centro de estudio y formación en la Biología del Conocer y del Amor, desde el entendimiento de la Matriz Biológica y Cultural de la Existencia  Humana, ya que para él vivíamos una cultura altamente centrada en el desarrollo tecnológico, en la búsqueda del éxito individual y social en un ámbito de competencia, desconfianza y control. Conducta que generaba dolor, sufrimiento e incertidumbre en el quehacer relacional, cotidiano y profesional. Por ello pensaba que la ampliación de nuestro entendimiento del vivir humano, entregaba una capacidad reflexiva y de acción relacional que liberaba el alma,la inteligencia y la creatividad del peso y del oscurecimiento emocional del dolor y de la incertidumbre cultural que padecemos. Entonces, nuestra tarea en el Instituto es enseñar las características de lo humano, del hombre, entendido como un ser biológico y como un ser cultural, y sobre todo conocer los fundamentos biológicos que tienen que ver con la naturaleza de los seres que somos. Y ver su origen, no en un sentido solamente antropológico sino también biológico. 

Preguntarnos cómo es que surge lo humano, cómo es que los seres humanos somos seres amorosos aunque cultivemos la agresión y muchas otras cosas negativas. En el fondo, si hurgueteamos en ese fondo, vamos a encontrar que allí, en todo ser humano, se da siempre una posibilidad de lo amoroso, una posibilidad de ver al otro o a los otros como seres vivos –se trate de seres humanos, de animales o de plantas– en su legitimidad. Insisto en su legitimidad, porque de su negación surge la conducta no ética, la corrupción, la falta de honestidad, la falta de transparencia, que tienen que ver con la cultura en que vivimos fundada en relaciones de dominación y sometimiento. Y esa es la cultura que debemos abandonar. Por eso, nosotros  decimos que si miramos las emociones, en general nos encontramos con que lo que distinguimos son clases de conductas relacionales, modos de estar en la relación, modos de movernos en la relación con el otro o con nosotros mismos o con las circunstancias. Y que cuando hablamos de sentimientos, lo que hacemos es una cierta referencia sensorial.

Tenga en cuenta que siempre actuamos desde la emoción. Pero la emoción no es una limitante o una circunstancia que interfiera como frecuentemente se dice, sino que ella simplemente permite que nos demos cuenta de que toda conducta racional se funda en premisas no racionales afectadas por la emoción. Y si uno mira eso, puede también caracterizar las distintas emociones en términos de conductas relacionales. Vale decir que si, por ejemplo, decimos de una persona que está triste, enojada o que tiene miedo o vergüenza, cada una de estas expresiones apuntan o evocan el espacio relacional en el cual pensamos que esa persona se mueve. Así las cosas, si miramos cuáles son las conductas relacionales del amar, vemos que usamos las expresiones “amar”, “querer”, “amor”, cada vez que observamos que una persona se conduce de manera tal que el otro surge como un legítimo otro en la convivencia. Por ello, el odio es la conducta relacional que niega la legitimidad del otro. Es la conducta de la negación del otro, que es lo odiado. Otra cosa es la indiferencia donde  el otro no tiene presencia, no existe. Aunque puede haber agresión si la indiferencia es  intencional. También el silencio puede ser una forma de agresión. Como cuando alguien está demasiado enojado con otra persona puede llegar a decir que no hablará más con esa persona, ni  la escuchará ni verá.

En tal caso ese silencio es agresión, y termina una relación para siempre. Si yo camino por el prado y piso el pasto y las flores, podría ser indiferente a ellas hasta que las viera. O si alguien me advierte y me dice: “mire, está pisando las flores”, pero yo no cambio de conducta, eso ya es también agresión. En cuanto al odio al otro, éste puede no enterarse y por ende no sufrir por ello, pero en cambio ese odio recae sobre mí como persona, ese odio altera mi fisiología, pero al mismo tiempo me conduzco de una manera que niega al otro. Y entonces me pasan a mí las cosas que le pasan a uno cuando de hecho se niega a ese otro.

También puede hablarse del desapego como una forma de autodefensa para no sufrir, o no ser víctima de cierto tipo de situaciones. En tal caso veamos primero qué pasa con la autodefensa: si yo me defiendo, estoy respondiendo a algún tipo de agresión, es decir que estoy tratando a mi circunstancia como agresión. Si estoy en situación de desapego, no me defiendo. El otro podrá decir que mi defensa es desapego, pero no es así, sólo estoy viviendo de esa manera. No estoy en el desapego en contra de algo o de alguien, o para protegerme de algo o de alguien.

Si usted mira la historia de la humanidad podrá ver dos corrientes: una que podríamos llamar la corriente oriental que dice que todo es ilusión, que todo es impermanente. El budismo, por ejemplo; usted sabe que claramente está centrado en eso. Y la otra es la occidental para la cual todo es materia, todo es energía, la ilusión es una falla, una insuficiencia perfectiva. Y estas dos corrientes tienen consecuencias distintas. El pensar oriental dice que todo es ilusión porque todo es impermanente, vive de acuerdo a ello, y entonces no son las cosas las que guían a sus seguidores sino el entendimiento de que todo es ilusión. Pero nosotros los occidentales valorizamos la ilusión, por eso en el Instituto decimos que si analizamos nuestra vida cotidiana nos damos cuenta de que tenemos ilusiones y errores, pero que uno no sabe que está viviendo una ilusión cuando la está viviendo. Uno no sabe que está viviendo un error cuando está viviéndolo. Uno nunca puede saber si lo que está viviendo ahora no lo va a tratar luego como un error o como una ilusión. Si lo que hoy he vivido, después, en relación con otra experiencia lo reafirmo, entonces lo que viví fue una percepción, una situación efectivamente válida. Si lo que hoy he vivido, después, en relación con otra experiencia lo invalido porque frente a ella eso no tiene valor, lo que viví fue un error, una ilusión. Pero ni la ilusión ni la percepción son en sí, sino que son afirmaciones de validación o de invalidación que surgen en la comparación de experiencias. Entonces, todo el tema del conocimiento y de la verdad cambia porque aparece centrado, no en el referente en sí –que es lo que uno pretendería si las cosas fuesen en sí una percepción o fuesen en sí una ilusión–sino que depende de nosotros que algo sea válido si lo aceptamos como válido, lo cual nos hace responsables acerca de los mundos que estamos generando. Si yo no puedo pretender el acceso a una realidad en sí, porque yo nunca sé si lo que estoy viviendo lo voy a invalidar después como una ilusión, entonces tampoco puedo pretender que sea la realidad en sí la que vaya a validar o invalidar lo que hago. Sino que yo soy responsable y escojo el mundo que estoy viviendo. Y lo interesante es que si me hago cargo de eso, entonces no puedo tampoco dejar de hacerme cargo de lo que conversábamos al comienzo: que somos seres amorosos, que nuestro fundamento para ver al otro está no en la verdad, no en el en sí, sino en la naturaleza biológica.

Vale decir que somos responsables del mundo en que vivimos, con otros, como usted,  porque el lenguaje surge en las conversaciones, en el dar ciertas cosas juntos con otros. Entonces aparece una visión y un entendimiento de la convivencia que no pretende tener una validez trascendente, pero que tiene la validez responsable de lo que uno quiere hacer en el bienestar de un convivir de mutuo respeto. Eso es lo que tiene de notable el mundo de convivencia fundado en ese mutuo respeto, en la colaboración que no requiere una verdad trascendente. Y eso es lo queremos por nuestra biología, por la clase de seres que somos. Pero ya que mencioné el lenguaje que surge en las conversaciones, o sea la palabra, se ha dicho que el hombre se constituye a través del lenguaje, que sin lenguaje no hay pensamiento, que un lenguaje reducido también genera un mundo reducido.Debo aclarar  que es erróneo creer que mediante la palabra sólo estamos mostrando cosas o describiendolas cosas que están allí. Porque lo que está en juego es siempre un flujo de coordinación conductual. Entonces, los mundos que vivimos se crean en el lenguaje. Y cuando decimos que los niños están creciendo –ya sea por la televisión o por las circunstancias familiares– con un lenguaje reducido, es cierto, que se les está reduciendo el mundo, lo cual tendrá seguramente para ellos tristes consecuencias. Ahora, como sé de su interés en los temas sociales y políticos, ya que ha venido invitado a la asunción de la presidenta Bachelet, le aclaro que yo creo que una cultura o una convivencia con población de crecimiento continuo es inevitablemente generadora de pobreza. Porque la pobreza aparece cuando uno extrae de su entorno con más rapidez que lo que el entorno repone. O sea, si la población se duplicara y se duplicara también la circunstancia adecuada para vivir, podría no haber pobreza, pero eso no pasa porque los ritmos de crecimiento son distintos. Además, podría ocurrir que se equiparase el ritmo, pero que en lugar de una justa distribución hubiese acumulación, y esto último rompería la equiparación de los ritmos. Vale decir que la riqueza global puede producirse, pero el tema es quiénes la acaparan. Entonces, la pobreza básicamente se genera porque parece que no queremos aceptar la relación entre el crecimiento poblacional y lo que el medio produce, más la relación entre lo que el medio produce y lo que se le quita. También se conserva de algún modo la pobreza por la solidaridad, por el altruismo,por la beneficencia, que son meros paliativos, es decir que no destierran la pobreza, y sólo tranquilizan la conciencia de los donantes. Lo que destierra la pobreza es la educación, el trabajo digno, la acción concreta que permita salir de ella. Personalmente creo que el tema del crecimiento de la población es el más importante de todos, porque frente a una población creciente no hay posibilidad de que el entorno entregue todo lo que ese crecimiento demanda y entonces es inevitable que se genere pobreza.

Por eso son importantes para mí los temas de la población y la ecología, porque dichos temas son esencialmente los que llevan a hacer tomar conciencia de la marcha hacia una situación catastrófica para la humanidad, pero esto también ha llevado a una insoslayable atención por dichos temas. Y es por eso que la preocupación por la ecología es ahora mucho mayor que hace cincuenta años. Incluso la preocupación por la educación de los niños en el ámbito de la ecología y el cuidado del medio ambiente es también mucho mayor ahora, aunque no siempre tomada con la profundidad con que debiera hacerse, pero está presente. La preocupación por los desechos, la preocupación por el reciclaje son cosas que están apareciendo. Y no se trata de una moda. Tanto así que yo he dicho que Jesucristo era un gran biólogo, fundamentalmente porque sus referencias eran ecológicas. Toda la prédica de Jesús es una invitación a acabar con la angustia a través del desapego.Como cuando dice, por ejemplo, que hay que ser como niños para entrar en el Reino de Dios y vivir en la inocencia del presente, en el estar de la armonía con las circunstancias. Decir todo eso era haber comprendido la biología del ser espiritual.

Y por ello mismo nosotros pensamos que en lo nacional, en lo regional y en lo mundial, uno tiene que actuar en este cambio que usted ha vivido en estos días aquí, dentro de un sistema democrático y no a través de una tiranía. Pero la democracia debemos vivirla, no exigirla. Vivirla de tal modo en la forma de comportarnos, que se pueda decir que ésa es una conducta democrática legítima. Y lo interesante es que eso llega a la gente, y ésta lo acepta y le gusta, porque se siente reflejada en ella o al menos la toma como modelo de lo que quisiera hacer y cumplir. Pero esto hay que aprender a vivirlo desde niño, porque el niño va a ir transformando sus propias vivencias a través de los adultos que tenga a su lado, y no por lo que le digan sino por lo que vea que hacen y por cómo viven esos adultos, que son desde la familia hasta la escuela: los fundamentos de su proceso educacional.

Al entender la educación como una transformación en la convivencia, que comienza desde que el niño llega al mundo, y no a partir de la escuela. Si nosotros queremos que nuestros hijos crezcan como personas éticas, tenemos que conducirnos con ellos como personas éticas, no hay otra forma. Porque nuestro fundamento como seres amorosos es en realidad la base insoslayable para lograr un vivir ético que tiene que conservarse en la convivencia.

Por eso, en noviembre de 1987, todavía bajo Pinochet,  yo redacté un texto muy importante que firmaron varios Premios Nacionales de Ciencias, donde decía que las acciones que constituyen una sociedad democrática no son la lucha por el poder ni la búsqueda de una hegemonía ideológica, sino la cooperación que continuamente crea una comunidad en la que los gobernantes acepten ser criticados y eventualmente cambiados cuando sus conductas se alejen del proyecto democrático con que fueron elegidos. Y hacía un llamado a todos los chilenos para incorporar la sensatez a la vida nacional y recuperar la dignidad. Lo hice porque  siempre creí que había que hacer de la democracia un espacio político para la cooperación en la creación de un mundo de convivencia, en el que ni pobreza, ni abuso, ni tiranía surgieran como modos legítimos de actuar, en el que se sepa que no se es dueño de la verdad y que el otro es tan legítimo como uno. Más aun, tal obra exige la reflexión y la aceptación del otro y, por sobre todo, la audacia de aceptar que las distintas ideologías políticas deben operar como distintos modos de mirar los espacios de convivencia. Y esto es una cosa muy distinta de la lucha por el poder.


Fuente: http://www.gracus.com.ar y https://youtu.be/2_DsNMzBPFA: «Maturana», Chango Farías Gómez

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